Sobre sus aguas y afluentes reposa la historia de la capital chiapaneca, la cual inició cuando un grupo de personas de la etnia zoque decidió establecerse al margen derecho del río Sabinal.
Se llevó a cabo la conferencia y presentación del libro “Memorial del río Sabinal” por el cronista Jorge Alejandro Sánchez Flores, en el Museo Regional de Chiapas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
El también abogado contó que hace muchos siglos, antes de la llegada de los españoles, y de acuerdo con las crónicas e investigaciones antropológicas, “en este pequeño valle llegaron personas de la etnia zoque y se instalaron en ambas márgenes”; algo que resaltó ser tan común porque “los ríos son agua y vida”.
Antecedente
Estos primeros pobladores sembraron una pochota. Pasarían siglos para que llegara el primer contacto con los hispanohablantes, y al darse esta unión, nacerían los primeros barrios, la fusión gastronómica y la cultura de los pobladores del Tuchtlán sobre este río milenario, que nace en Berriozábal y se alimenta de decena de afluentes para desembocar en el río Grijalva.
Este afluente dotó y sigue abasteciendo de agua y servicios básicos a la población, mientras que sus múltiples pozas también fueron usadas por los pobladores para la recreación, “con nombres como ‘La poza del cura’, porque a ella llegaba el padre Antonio a bañarse, quien por cierto ahí murió”, contó Sánchez Flores.
O por igual, “‘La poza de las hembras’, donde llegaban muchachas no muy ‘santas’ a lavar su ropa”, dijo el investigador, quien además refirió que las aguas del río llegaron a ser muy peligrosas, cobrando la vida de múltiples personas. “Son bonitas, pero peligrosas, de aguas profundas, hondas y cristalinas”, retrató.
Con el paso del tiempo creció la ciudad y hubo la necesidad de crear puentes, por ejemplo, en 1890 -y reconstruido en 1908-, en Terán, se edificó el puente “Colón”, que dotó por años a la ahora delegación de Tuxtla Gutiérrez, con el nombre de “El Puente”.
Y otros tantos que fueron reconstruyéndose porque solían ser derribados por los fuertes caudales que produce el río en temporada de lluvias. Sus aguas, en alguna inundación, incluso, “llegaron al parque de Santo Domingo en el centro de la ciudad”, detalló el cronista.
En este río también se solía pescar, sin embargo, al crecer la ciudad el problema de la suciedad se fue agravando y con ello la vida acuática se vio reducida; lo que más abundaba eran los sabinos o ahuehuetes, los cuales dieron su nombre al lugar y aún adornan sus aguas.
Sobre el libro, el autor destacó que es un recopilatorio de textos de quienes han dedicado sus letras al afluente: cronistas, poetizas, poetas y algunos versos de cantantes que también se conjugan, y que tiene como portada el mural que realizó el artista plástico Paco Vargas en el centro cultural de la 5.ª Norte.