Con el corazón cada vez más roto por la “mutilación” de muchos de sus edificios más antiguos del centro histórico, San Cristóbal de Las Casas cumplió el pasado sábado 31 de marzo 490 años de haber sido fundada por Diego de Mazariegos.
En medio de la acelerada destrucción de sus monumentos, esta ciudad, a la que el cronista Manuel Burguete Estrada llama “ciudad milagro”, se presta a celebrar el medio milenio de su fundación, sin posibilidades de ser declarada oficialmente por la Unesco patrimonio de la humanidad, aunque como ha dicho Luis Urbina Zepeda, no es necesario porque la humanidad ya la ha adoptado como suya.
Según Jorge Alberto Ruiz Cacho, exdelegado del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la ciudad ha sido destruida en un 75 por ciento.
“Queda poco de lo original. Un ejemplo: el barrio de Mexicanos, ya se unió con el mercado José Castillo Tiélemans, se comercializó y perdió su identidad, siendo uno de los más antiguos de la ciudad”, dijo.
Añadió que “la destrucción se nota en el espacio urbano arquitectónico, es decir, las casas con valor patrimonial ya fueron vendidas, subdivididas y convertidas en comercios, con lo que se ha perdido la fisonomía y alterado su contenido”.
En entrevista, manifestó que “le hemos hecho mucho daño a la ciudad al no preservar nuestro patrimonio, por lo que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) debe de poner énfasis en no tener criterios personales sino aplicar un proceso de conservación de acuerdo con la tipología constructiva que nos ofrece la ciudad”.
San Cristóbal cumplió 490 años con su gastronomía que incluye el pan de San Ramón, los embutidos, la sopa de pan, el tachilguil, la chanfaina, la cervecita dulce, las empanadas, las chalupas y tantas otras delicias para el paladar, aunque, como ha advertido Urbina Zepeda, cada vez es más fácil encontrar comida de otros países que la coleta porque la ciudad es cosmopolita.
Llega también con sus ríos Amarillo y Fogótico contaminados cruzando sus entrañas porque las autoridades de los tres niveles no han sido capaces de sanear; con muchos de sus históricos templos dañados y cerrados por las afectaciones ocasionadas por el terremoto del 7 de septiembre pasado.
Ruiz Cacho dijo que para detener la destrucción y resguardar el poco patrimonio que nos queda, es urgente crear una legislación efectiva, pues de lo contrario, “cuando cumpla 500 años será un cascarón, además de que es necesario que toda la población se concientice del valor patrimonial que representa, pues muchas personas no lo valoran y en aras del comercio lo destruyen”.
“La destrucción del patrimonio arquitectónico es muy acelerado, además del crecimiento anárquico, lo que ha desfigurado su pasado histórico”, reiteró, al tiempo se señalar que no debería de autorizarse la construcción de espacios comerciales en monumentos históricos.
Lo más bonito de San Cristóbal, afirmó, es su traza histórica ortogonal, única en América Latina.
Recordó que el decreto federal de 1974 protege 850 monumentos históricos ubicados en 54 manzanas, del centro de la ciudad, pero muchos de ellos han sido mutilados. A pesar de todo, como escribió el historiador Jan de Vos, “a lo largo de la época colonial, San Cristóbal logró formar una personalidad única en México”.
El Cerrillo
El barrio que más conserva la identidad de la ciudad original y su aspecto colonial es El Cerrillo, del cual, dice Burguete Estrada “debemos de sentirnos orgullosos”.
El Cerrillo, uno de los primeros en ser fundados, es el barrio más típicamente colonial que tenemos, el que conserva la esencia más antigua de la ciudad, pues todos los demás se han modificados.
Con sus calles angostas y empedradas todavía algunas de ellas, sus gradas, sus subidas y bajadas, su cola del diablo, sus bugambilias en los patios, en ese barrio se respira el olor a 490 años.
Fue el barrio que escogieron para asentarse varios ciudadanos universales nacidos en otros países, como el bien recordado historiador francés, Andrés Aubry, Frans Blom, Gertrudy Duby y muchos otros.
Pero es también el barrio en el que nacieron o escogieron para vivir familias como la Domínguez Borraz, Paniagua, Valdiviezo, Villafuerte, Cea, Cruz, Millán o Margarita Gómez y tantas personas más queridas y admiradas que como Concepción Villafuerte Blanco dejaron, como se dice coloquialmente, el ombligo en ese lugar.
Sí, en El Cerrillo, la poesía tomó forma con la música de Alberto Domínguez Borraz y de sus hermanos, que como dice Burguete Estrada, “brillan intensamente en el firmamento de las notas que nunca mueren, de la música universal”, así como de Juventino y Ramiro Narváez, con su marimba Quitita y Jesús Penagos López, entre otros músicos importantes.
También, en ese emblemático barrio se hizo poesía la herrería, oficio que por siglos lo ha distinguido, aunque cada vez quedan menos herreros.
De acuerdo con Manuel Burguete Estrada, “la herrería en el barrio de El Cerrillo fue el oficio principal desde que se fundó. Ahí se hacían los instrumentos de labranza de los indígenas de pueblos vecinos: Machetes, palas, picos, zapapicos y toda clase de fierro fundido. Fierro dulce le llamaban”.
Abundó: “Y se hacía machucando el fierro en un yunque al rojo vivo con la fragua que se le pagaba a un muchachito para que estuviera duro y duro y carbón de ocote. Ha sido tradicional el oficio de la herrería en El Cerrillo desde el siglo 18 empezó la fabricación. En el 19 se hacía toda clase de instrumentos de labranza. Inclusive llegaron a hacer escopetas de tubo de agua, la famosa hoz”, etcétera.
“Hacían unos aldabones con cabeza de león para las cerraduras de las puertas y con eso se tocaba para que te abriera el dueño de la casa. Eran obras de arte, esculturas de fierro fundido. Hacían unos candados que pesaban dos o tres kilogramos para asegurar bodegas. En realidad, es un oficio precioso. Y la forma en que lo hacían era machacar el fierro en el yunque con una fuerza tremenda. Precioso el oficio. Hasta ahora se les recuerda mucho.”
Fueron grandes herreros, Carmen Penagos Ciriaco Narváez, que además era gallero, los hermanos Cea, mi tío Brizio Nájera Burguete que fue herrero de alta categoría, e inclusive fue maestro de herrería en la escuela Prevocacional en los años 50”.
El Cerrillo, remarcó el cronista, “es el barrio más típicamente colonial que tenemos. Todos los demás se han modificado, están pavimentadas sus calles, han cambiado su fisonomía, pero El Cerrillo conserva mucho del aspecto colonial, lo cual nos hace sentir muy contentos”.
Ruiz Cacho expresó que “toda la herrería de San Cristóbal se manejó en El Cerrillo, y uno de los grandes herreros fue mi tío Carmen Penagos que hizo barandales, los pasamanos de La Enseñanza y un portón único, plegable como acordeón para lo que ahora es el Teatro Zebadúa a mano. Le dio mucha historia a San Cristóbal en forjar la herrería a mano”.
Desde su punto de vista, la herrería ha sido fundamental para la arquitectura de San Cristóbal porque forma parte del proceso constructivo de esto. Ahora ya la hacen soldado. Era herrería hecha a mano, diferente a la que se maneja.