Pese al paso de la modernidad, cada año más chiapanecos se dan a la tarea de preservar las tradiciones del Día de Muertos, tareas que van desde la colocación de altares o la petición de “calabacita”.
Niñas y niños que esperaban el 1 de noviembre abarrotaron las calles de las diversas colonias de la capital, visitando aquellos hogares que se dieron a la tarea de honrar con ofrendas, altares y oraciones a las “almas chicas y grandes” que vienen a visitar a sus familiares y amigos.
Sin embargo, pese a que la tradición del Halloween es totalmente diferente a la del Día de Muertos, los capitalinos celebraron aquella fiesta celta utilizada como espacio de exhibición de monstruos y personajes fantásticos.
Llegada de “almitas”
El 1 de noviembre, familias chiapanecos para velar en algunos hogares la llegada de las “almas chicas” a partir de las 6:00 de la tarde. Niños y adultos permanecieron estáticos, callados, temerosos. Sin dejar de escucharse unos gritos: ¡Calabacita tía!…¡Que viva la tía!.
El 1 de noviembre, acompañados de adultos, niñas y niños salieron disfrazados de personajes cinematográficos como los de la Guerra de las Galaxias, Chuky, superhéroes, zombies, princesas, entre otros, menos de lo más tradicional.
Pocos fueron quienes se adecuaron a la tradición mexicana, pues catrinas y parcas se vieron deambular por la ciudad.
La llegada de las “almas grandes”
Los adultos también tuvieron su celebración. El 2 de noviembre los cementerios de la ciudad lucieron abarrotados: las familias visitaron los sepulcros de sus fieles difuntos.
Miles de ciudadanos visitaron las tumbas de sus seres queridos para llevarles flores; “lo importante es mantener vivo su recuerdo”, dicen.
Al Panteón Municipal llegaron decenas de familias con coronas de flores, arreglos, agua y escobas para limpiar el sepulcro.
La familia Jiménez, encabezados por doña Ángela, se dio cita desde muy temprano para visitar a sus padres fallecidos.
“Ofrecerle esta sencilla ofrenda es gratificante para él, en donde quiera que esté”, expuso Jaime Gálvez Mórales por su hijo fallecido. A punto de llegar al llanto, explica que el dolor de perder a un familiar es grande, pero ver morir a un hijo es incomparable.
Pero no todo es celebración por el Día de Muertos, algunas fosas lucieron en el abandono, sin flores, con las cruces rotas y sin nombre.
Otro de los visitantes fue Luis Aviña, quien a pesar de tener poca movilidad en sus piernas acudió a rehabilitar la fosa de su familiar, “voy a venir hasta que ya no pueda”, dijo.
En las familias, desde los más pequeños hasta los más grandes, se dieron a la tarea de arreglar la tumba, las cuales fueron adornadas con ofrendas para sus muertos, depositando comida, bebida, postres, cigarros y alimentos que a determinada hora del día fueron consumidos.
El papel china picado, juncia, velas, veladoras, sahumerios y las fotografías de los familiares fallecidos formaron parte del escenario y misticismo al interior del camposanto.
Los panteones también albergaron a una gran cantidad de vendedores que principalmente ofertaron arreglos florales y comida.