“Soy Eraclio Zepeda y sé volar”, dice como colofón de la entrevista por su obra Benzulul.
Sin duda evoca a su personaje del cuento “Don Chico que vuela”. Con su clásico sentido del humor, dice que don Pacífico (Chico) tenía sobrepeso. Caminar por las barrancas, era imposible. Era mejor volar.
“Se fue. Sí, se fue don Eraclio Zepeda Ramos”, dice Víctor Cancino al inicio de su noticiero televisivo el jueves por la noche.
“No, nunca. ‘Laco’ no se irá. No puede irse. Está presente”, corrige Gloria Luna Ruiz, diputada presidenta del Congreso del Estado.
Y la viuda Elva Macias, rodeada de reporteros, lanza una mirada destellante, cargada de sol en su cenit.
“¿Qué les puedo decir? Que dejó varias obras inéditas. Que se publicarán. Tendremos ‘Laco’ por buen rato”.
“Laco” hablaba en presente cuando recordaba su prolífico pasado. Vivió el presente... sigue presente.
Así lo sintieron los diputados federales en su sesión del jueves, al escuchar su semblanza.
Así lo plasmaron las últimas entrevistas realizadas al escritor, maestro, novelista, político, actor, cuentista y cuentero Eraclio Zepeda Ramos.
Sus ojos cerrados, cargados de sueño eterno ya, no eclipsan la mirada iluminada cuando hablaba del cuento.
“Mi amigo Pablo Neruda me enseñó que el cuento debe ser redondo como un anillo y brillante como el sol”.
Su vida es un cuento. Redondo y brillante. Sol circular. Las fechas 1937-2015, marcan inicio y final, pero el círculo de su vida (78 años) no marca principio ni fin. Tal vez por eso con su sobrepeso se identificaba con Don Chico que vuela.
La redondez del cuento la vivió al darle la vuelta al mundo. Un viajero incansable. Observación y aprendizaje. “Pero no pierdo mi raíz. De Neruda y Miguel Ángel Asturias aprendí que para ser universal, debo ser muy local. Quien pierde su raíz pierde su universalidad”.
Quizá por eso el éxito de Benzulul, un texto que engloba ocho cuentos. Dedicado a los indígenas. “El nombre da juerza”, dice el personaje. Y sí, Eraclio tiene fuerza. La tuvo el abuelo, el padre y el hijo.
“Yo no tengo otro Eraclio, me debo cuidar”, dice y suelta la risa, en una entrevista. Hoy Laco está al cuidado de todos. Por eso Coneculta busca mantenerlo presente. No pasado.
A laco le gusta volar. Lo dicen sus constantes viajes. Lo dicen los títulos de sus cuentos “Ratón que vuela”, “Horas de vuelo”, “Andando el tiempo”.
El cuerpo le estorbaba a los 78 años y decidió como Don Chico que vuela, trascender a la materia y al tiempo. Y emprendió el “vuelo”. Esa es la verdá.
Quien dice la verdá tiene la boca fresca como si masticara hojitas de hierbabuena, y tiene los dientes limpios, blancos, porque no hay lodo en su corazón.
Y la verdá es que hubieron aplausos de reconocimiento, pero también lágrimas, durante el homenaje de cuerpo presente ante el Hemiciclo a Juárez, en el Congreso del Estado.
Cargaron el féretro entre seis personas. El gobernador Manuel Velasco y el diputado Zoe Robledo, al frente. El cuerpo redondo, como el cuento, como el universo, pesa.
Pero pesa más el legado y ese nadie lo puede cargar. El cuerpo está relegado a un lugar. Su obra, es omnipresente.
Sus letras también vuelan. Van por todo México, Rusia, Cuba, Italia. Por el mundo. Pueden subir, bajar, las barrancas, los acantilados, los desiertos.
Un contador de historias que voló por la madrugada
Heriberto Ortiz / CP
La muerte de Eraclio Zepeda tomó por sorpresa a los diarios impresos; quizás con más tiempo y mejor clima hubiera tomado “alas de petate” y antes de partir hubiese volado por la Sierra Madre (que pasa dos veces por Chiapas) y citando a don Eraclio en el mejor castellano: “es un desmadre digno de ver antes de morir”.
El autor chiapaneco que recientemente recibiera la presea Belisario Domínguez, entregada por el Senado de la República, falleció la madrugada de ayer a los 78 años de edad, tras un periodo de enfermedad derivado de problemas respiratorios.
Los familiares detallaron que murió a las 2:15 hora de este jueves, en el Sanatorio Muñoa, en Tuxtla Gutiérrez, propiedad de uno de sus hermanos, luego de padecer EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica).
La muerte causó consternación entre la clase política y literaria nacional, por lo que en el Congreso del estado de Chiapas, representantes de los tres poderes realizaron un homenaje de cuerpo presente al también poeta que será enterrado en la capital del estado el día de hoy, en el marco del inicio de una serie de actividades conmemorativas apresuradas con la reedición de su obra literaria.
Don Eraclio y su respeto al ritual de la muerte
En su casa de Tuxtla Gutiérrez (hasta hace unos años) tenía dos hermosos perros de raza pura encerrados en el traspatio desde donde ladraban y pedían atención. Cuando los ladridos se hacían en verdad fuertes, Eraclio Zepeda se ocupaba en acariciar a Estrella, una perra criolla que había adoptado, o mejor dicho se había regalado y andaba libre por toda la casa.
“Un día se metió a la casa y nunca se fue, me recuerda a pasajes de don Chico que vuela (uno de sus personajes que inventó un aparato para volar), da la impresión de siempre estar pensando”, fueron las palabras que utilizó para describir el origen de la perra moteada y más pulgas que dientes, pero en verdad cariñosa.
“Ojalá que nunca se muriera, pues ya es una Zepeda y no quiero dar mantenimiento a mi reloj monstruoso”, vociferó en ese entonces el cuentista mayor para inmediatamente estallar en risa, disfrutando la confusión generada entre sus interlocutores.
Cuando un Zepeda muere el reloj misteriosamente se detiene y cuando otro nace, las campanas del mismo suenan. Se trata de un reloj que llegó de España desde hace 160 años y es responsabilidad del más viejo de cada generación en la familia custodiarlo.
Es un reloj de alabastro, con toda la parte externa italiana y el mecanismo francés, de una puntualidad extraordinaria que permite pensar con tiempo en la muerte. Don Eraclio dijo que la muerte le era conocida, pues la había narrado con las historias de su abuelo y su padre, pero le tenia “mal gusto a su rito de entierro y dolor”.
Don Eraclio Zepeda, “Laco” para sus amigos y los advenedizos irrespetuosos, era un hombre de ritos.
“Puedes visitarme cuanto quieran, pero nunca sin avisar antes, para estar preparado (…) ojalá la muerte entendiera esto remedos de hombre viejo” dijo en la entrevista concedida en 2012.
Eraclio oficioso
Don Eraclio fue muchas cosas, exceptuando el sacerdocio, había practicado todos los oficios del mundo, decía con frecuencia. Cuentero, miliciano en Cuba, profesor de español en China, periodista en Rusia, pero sobre todo un gran contador de historias.
Tenía el don de contar grandes relatos, la facilidad de construir mundos a partir de sus palabras y sus dos bibliotecas: la de libros y la de palabras. La de palabras no era más que el alimento más fuerte de su trabajo diario. Eran las voces que su padre le narraba todos los días después de comer.
Su biblioteca en la casa de Tuxtla (porque tenía muchas), en el segundo piso, parecía ser su espacio predilecto. No es muy grande en realidad, quizás un espacio de tres por cinco metros. Pero ofrece un par de puertas invisibles a primera vista, pues todas las paredes están tapeadas de libros, pinturas y fotografías, además del Premio Chiapas que le fue entregado.
En ese lugar se sentía cómodo, sonreía cuando incautos recargaban en paredes que se hacían puertas, cuando otros tocaban piedras que en realidad eran animales disecados, bromeaba cuando intentaban encontrar orden alfabético a sus desordenados pero listos estantes y él apenas tenía que voltear la mirada para ubicar libro, autor, tema o época. Era su lugar, el misterio y los libros que cuentan historias felices.
Eraclio, el compañero
Siempre cuando se atendía el tema del Premio Chiapas hacía una pausa y ofrecía una larga explicación de la labor poética de su esposa, Elva Macías, a quien profesaba un profundo amor y una especie de veneración forzada.
Quizás producto de la disparidad de edades, la señora Macías se había convertido en un celoso primer filtro para conversaciones, entrevistas, visitas y propuestas de trabajo.
Su Elva, con él llamaba a la joven mujer a que había visto (en el tránsito de niña a adolescente) un par de ocasiones en Chiapas y con quien se encontró de nuevo en la Ciudad de México cuando él regresaba de un viaje y ella participaba de una manifestación contestataria, fue su mujer de toda la vida.
“De inmediato cuando vi la marcha me sumé. Esa es la labor de todo revolucionario, sumarse y elevar la voz, dijo en su momento cuando relataba la historia.
“Estaba en la marcha cuando a la mitad Elva y yo nos reconocimos y tomamos las manos unos segundos, nos vimos a los ojos y caminamos juntos lanzando consigas de revolución, después de eso nunca nos separamos”
Eraclio viajero
Sus biógrafos conocerán mejor los detalles, pero don Eraclio narró que ese encuentro se generó cuando recién regresaba de experiencias por Cuba y Rusia, preparándose para un viaje hacia China, a donde se medió robó a su amada.
Siguiendo los pasos de su destino viajó a donde tiene que viajar los viajeros, a todo el mundo.
Entre sus recuerdos por el mundo trataba de hacer hincapié en la formación revolucionaria de todo hombre: “ No hay mejor destino para la juventud que la revolución, un lugar donde puedes crear nuevos mundos y perder la vida en ello si es necesario”.
Recordaba que un 15 de abril, cuando recién había viajado a Cuba como profesor de literatura. vio un bombardeo aéreo en la Isla, justo cuando se dirigía a su escuela. Él había prometido a su partido y su familia no meterse en la revolución.
Pero cuando llegó a su escuela los vio prestos para el encuentro con la muerte. Sus alumnos escobeaban y así se que irían ir a la guerra.
“Cuando un hombre sabe de guerrear se conoce por cómo toma su arma. Sólido y fuerte define al militar; pero mis alumnos, los que estaban por marchar a la guerra tomaban sus escopetas como si fueran escobas”
Sin desearlo (esa historia le contó a su familia y miembros del Partido Comunista) se involucró en la revolución, aprovechando sus conocimientos adquiridos en la Escuela Militar donde había cursado parte de su educación media.
Eraclio y Cuba
Cuando los invasores bajaron en Playa Girón, partieron hacia su encuentro. En esa Playa vio andar al comandante patilargo Fidel Castro con piernas enormes y pasos largos quien cuando inspeccionaba el lugar le salió un “gringo” escondido que le apuntó con su arma; sin titubear Fidel caminó hacia el joven y le dijo “baja el arma chico baja el arma”. El muchacho le seguía apuntando hasta que estaba tan cerca que bajó la pistola y se rindió.
En otro momento cuando jugaba fútbol con sus compañeros llegó el “Che” Guevara que, asmático decidió ser portero un justo cuando el partido se ponía bueno una pelota dividida quedó a la mitad del “Che” y un delantero de su equipo. Los dos corrieron y justo cuando un choque era inminente el soldado se paró y evitó el choque.
“Es mi comandante ‘Che’ Guevara” dijo el soldado asustado, a lo que el revolucionario líder, sonrió paró el partido y todos fueron a su Jeep, donde les compartió Coca Cola blanca embotellada en la isla.
“Le robamos la receta a los gringos, pero aún no la podemos hacer negra, nos sale blanca” les dijo y los guerrilleros (incluido el joven Zepeda) que se refrescaron antes del próximo encuentro con la su destino
Eraclio Zepeda, entre la pólvora y la conciencia social
Heriberto Ortiz - David Morales / CP
Eraclio Zepeda, tuxtleco amable en misma medida que intelectual, conoce de frente al temor y la revolución; tiene los dedos olientes a pólvora soviética, sus pies han pisado playas teñidas con sangre, su lengua ha enseñado al mundo lo mismo que su conciencia socialista ha adquirido y la palma de su mano derecha aún se entibia con el recuerdo de la mujer que, en medio de una revelación obrera, tomó su mano y no ha soltado desde hace unos cincuenta años.
Breviario de aforismos
“El cobarde, en la guerra y cuando es apresado se hace llamar cocinero y no utiliza cuchillos (…) el pavor de todo soldado se encarna en los tanques de guerra, saurios de tiempos modernos (…) en Cuba observé negras azules que brillaban con el reflejo puro del sol (…) jugando de portero, el Che se enfadó porque evitamos chocar contra él, la igualdad no es opcional, dijo (…)” “Fidel Castro era un excelente tirador, de dos cañonazos hundió un barco yanqui que escapaba, después patilargo como era, caminó con pasos tan grandes que era necesario correr para alcanzar su ritmo, de un escondite apareció un joven soldado invasor que apuntó al comandante
Fidel, quien no frenó su andar y sin mostrar temor alguno pidió bajara su arma. El soldado invasor se rindió”.
Entrevista
Entre las paredes donde se siente cómodo, en su casa, Eraclio Zepeda explicó su vida narrada en primera persona. Así habló de su nacimiento, formación y desarrollo social e intelectual. Aquí una primera de tres entregas.
EZR: Yo no nací como Eraclio, sino como “Laquito”, pues mi abuelo era Eraclio, mi padre “Laco” y yo tenía que ser “Laquito”, el último Eraclio de una familia de escritores y gente de armas.
Nací en el Barrio San Roque, fui traído al mundo por las manos de la doctora Maza, la primera médico especializada en el parto. Casualmente la misma persona que trajo al mundo –en escenarios distintos– a Elva Macías, mi compañera de vida.
Estudié en la Primaria Tipo Camilo Pintado, una escuela que trabajaba con métodos modernos pese a no contar con la terminología pedagógica actual, era escuela activa con dos horarios.
Por las mañanas, ofrecía clases ordinarias del currículo y por la tarde, se convertía en un aparato formador. Era obligatorio aprender tres oficios: zapatería, carpintería y hojalatería, aunque después se sumó electricidad.
Pero además, había clases de baile, teatro, música y literatura. El profesor Manuel de Jesús Martínez Vázquez, maestro de sexto año que excedía por mucho su papel de docente, se hacía guía en escenarios de teatro, donde también se trabajaban textos literarios.
Había otro profesor, el maestro Carlos Cruz, joven recién egresado de la Escuela Normal que entre otras cosas forjó la idea del periódico Alma Infantil, que cada año un alumno de sexto dirigía, un periódico en que publicaban los niños Oscar Oliva, Juan Bañuelos, Jaime Sabines un poco más grande y la maestra Rosario Castellanos, que era la bibliotecaria del Icach y anotaba aportaciones. Era un periódico vivo que era tipográfica ente hecha por los alumnos.
Ese periódico se imprimía en la imprenta La Sirena, propiedad de la esposa del poeta Santiago Serrano, el “maestro Chanti”, quien además era padre de Irma Serrano, “la Tigresa”.
El maestro Serrano, que había vivido en Nueva York, regresó a Chiapas además con dominio de la lengua inglesa, con conocimiento de la literatura de vanguardia, que influyó en los poetas chiapanecos de ese entonces. Ese mismo poeta nos permitía trabajar en la imprenta.
El maestro Serrano tenía un trato con los jóvenes quienes debían trabajar la tipografía con sus propias manos, y preguntar mucho. Alguna ocasión sentados en el corredor, escuchamos un chillido desde otra habitación, sonido al que identificamos como una hamaca. De pronto, apareció un pie maravillosamente arqueado, después una pantorrilla hermosamente torneada y después una rodilla. Estábamos apunto del alarido, cuando: ¡Irma, métete que los muchachos están trabajando! Gritó el maestro Serrano. Tiempo después pasé al Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (Icach), donde tuve la fortuna de ser alumno del maestro Andrés Fábregas Roca, uno de los más grandes educadores de Chiapas. Fue una gran suerte estar cerca del maestro, luchador de la guerra de España donde combatió con el grado de alférez de artillería.
Fue estudiante de medicina en Barcelona, pero cuando Franco en armas se levantó contra la República, él tomo su lugar en las milicias populares y combatió.
A la derrota de la República llegó a un campo de concentración y después con la hospitalidad de México llegó hasta nuestro país.
En México formó parte de un grupo de jóvenes que recorrían el país jugando contra equipos locales; así fue como llegó hasta Tuxtla Gutiérrez, donde gracias a un amor quedó asentado en tierras locales.
Ninguna concepción de la cultura moderna en el Centro del estado podría explicarse sin la presencia del maestro Fabregas, gracias a él nos acercamos a nuevos escenarios de la filosofía, el materialismo histórico, materialismo dialéctico, supimos de la situación política del mundo y enfocar la lectura de grandes textos literarios que forjaron a personajes como Juan Bañuelos y Oscar Oliva.
Tiempo después ingresé a estudios universitarios militarizados, donde pasé cinco años y egresé como Teniente. Pero esta educación militarizada no fue impedimento para mantenerme en la cercanía de la transformación de América, de la lucha armada de la Revolución Cubana y el triunfo de la Revolución, misma que se vio reflejado en la eliminación total del analfabetismo en la Isla en menos de un año. Y es que el verdadero triunfo de las revoluciones, además de la igualdad, es la educación.
Mediante una invitación llegué a Cuba a dar clases sobre sociología e historia, además de literatura.
Allí conocí negras “azules” de tan negras, además de una sucesión de colores de piel hasta llegar a rubias tan blancas que parecían eslovenas.
El 15 de abril de 1961 cuando tenía 15 días de clases en Cuba, abrí la ventana de mi habitación y observé el ataque frontal de un avión que anunciaba el inicio de la guerra de invasión.
Me había comprometido con mis padres y mi Partido (el Comunista) que iría a dar clase sin tomar partida de una eventual invasión, pero cuando intenté regresar a mi escuela a dar clases, dentro del salón de clases encontré sobre mi escritorio a un estudiante tendido que estaba siendo lavado por sus compañeros.
Allí mismo, a la escuela, llegó el pueblo; los padres cubanos se marcharon a la guerra, las madres preparaba las ropas, y los abuelos que estaban vivos aún y con recuerdos de la aún reciente Independencia cubana de España, enseñaban a los más jóvenes a hacer la guerra.
Aunque yo con preparación militar me di cuenta que mis alumnos no sabían tomar las armas. Y es que un soldado lleva su fusil como parte de su anatomía, mientras que el que no sabe tomar armas, utiliza el fusil como escoba.
Así, de pronto y sin darse cuenta, tenía un nuevo abuelo haciéndome una cantimplora y una mamá cubana zurciendo mi camisa con el número de escudaron al que pertenecería.
Después llegó la entrega de armas, primero unas rudimentarias, pero después una ametralladora soviética conocidas como Pepechas, las cuales eran de altísima modernidad, con una cartuchera para 75 útiles, que disparaba 140 cartuchos por minuto, con dos llamadores, uno de tiro a tiro y otro de ráfaga.
Mi conocimiento de las armas me valió para ser nombrado Cabo, teniendo al mando un pequeño grupo de cubanos.
Allí, en el proceso de formación de guerra, presidiendo un entierro de cubanos, Fidel Castro se presentó ante su pueblo y dijo había que combatir por la Revolución Socialista. En ese momento mis dudas se despejaron, pues un llamado de esa naturaleza convoca a todos los hombres de buena voluntad del mundo.
Días después, el día 17 de abril nos informaron que EU había desembarcado en la Península de Zapara en la Playa Girón, en una pequeña aldea de pescadores. Acto conocido como la invasión de la Bahía de Cochinos.
En el sitio, primeramente los invasores se enfrentaron a una gran defensa de los pescadores y posteriormente las guardias cubanas llegaron a la playa. Entre ellas las mías.
Cuando llegamos a la Isla la batalla estaba prácticamente resuelta, pero aún así tuvieron bajas y recibieron la orden de tomar prisioneros de guerra, pero los gringos nunca se declaraban soldados, todos gritaban ser cocineros ¡cocinero, soy cocinero!, decían.
En ese proceso, salieron al campo a reconocer la zona, cuando en una brecha encontraron el terror de cualquier soldado, un monstruo que gruñe ¡racatata, racatatacatacata, racatata, ractaa, tacatatacata! Era un tanque de guerra, que podía haber sido un saurio de tiempos modernos.
De inmediato nos tiramos al camino y rodamos hasta canales de desagüe. El cañón se detuvo frente a ellos y apuntó el cañón frente a ellos, el silencio se apoderó del momento y tras unos segundos de inmovilidad, de la escotilla del tanque salió un negro gritando ¡Patlia o muerte, patlia o muelte, venceros!
Era un tanque nuestro, nosotros no sabíamos que teníamos tanques, después regresamos a la Playa Girón, cuando llegamos nos percatamos que algunos enemigos que escapaban habían tomado un barco y marchaban de escapada. En eso apareció otro tanque que apuntó a ese barco y de dos cañonazos hundió la nave de mar.
Tras los impactos y el hundimiento del barco, naves cubanas salieron a buscar sobrevivientes. Y todos los de a pie aplaudieron al tanque del cual de pronto se abrió la escotilla y pegando un sólo salto salió de él Fidel Castro, que solamente observó un segundo los restos de la nave y se dirigió la centro del pueblo a inspeccionar los daños y las bajas sufridas.
En ese andar, frente a él apareció un joven de no más de 18 años, era un invasor estadounidense que se había ocultado en una vivienda. Apuntaba con un fusil M1 Garand contra Fidel, que sin detener el andar de sus piernas enormes y grandes pasos obligaban a sus acompañantes a correr para alcanzar su ritmo.
Fidel acompañado de su autoridad moral no frenó su andar y solamente dijo al joven militar “muchacho tira ese fusil que te vas a comprometer”; el miliar invasor tiró el arma y se rindió ante los pasos de Fidel que siguió su andar hacia el pueblo.
Después, en el trámite de la batallas fue enviado a dar seguridad Santiago de Cuba, donde tuvo la fortuna de tener como compañero el artista chiapaneco Carlos Jurado. Juntos fueron parte de la primera línea de defensa ante Guantánamo, donde se preveía que los yanquis rompieran filas hacia Cuba.
En ese lugar, del lado cubano, había un Comisario Político, que es la figura que mantiene el alza el ánimo de los grupos armados. Era Niells Castro, un filósofo panameño con quien había estudiado en la misma escuela militar en México.
Entonces Nills había mandado a México a su esposa a dar a luz a su hijo. Un día, con él, camino un día a un radio que hacía las veces de teléfono, para que llamara a preguntar si su hijo había nacido.
En el camino se encontraron un campo de futbol, donde un grupo de jóvenes estudiantes jugaban un partido y nos invitaron a jugar. Yo me puse de portero y Niells de delantero.
Jugábamos, cuando de pronto llegó un Jepp, o Jippi como le llaman los cubanos. Del automóvil se bajó un soldado que pidió oportunidad de jugar. Entró al campo.
Los cubanos hicieron una conocida acción física; abrir la palma de una de sus manos y la segunda empuñarla con una oquedad en el centro a modo de hacerlo explotar sobre la palma izquierda en señal de sorpresa.
Recuerdo bien dijeron: “concho, es el Che”. Y bueno, como es sabido Ernesto Guevara, el Che, era asmático por lo que jugó como portero. Era buen portero. Esa fue la única ocasión que estuve en contra del Che.
En el partido, Niells que era un hábil delantero corrió en varias ocasiones hasta el área rival tratando de anotar un gol. Pero en un balón dividido evitó abiertamente el choque contra el Che que se lanzaba al piso.
Furioso el comandante Guevara se levantó y lo increpó lanzado una pregunta: “no me patea porque soy el comandante, la igualdad no es opcional”. A lo que Niells respondió con sinceridad. Sí, así es, no lo pateo porque es el comandante.
Aun enfadado el Che dijo: bien pues, se acabó el juego, ahora vengan todos que les tengo un regalo. Sacó del Jippi unas cajas de Coca Cola que Cuba fabricaba a su estilo, pero aún con fallas en la fórmula que resultaba en que la bebida tenía un color más bien blanco.
El tiempo pasó y mientras estaba en Cuba, con tiempos más mesurados, en la víspera del primero de mayo, me lo invitaron a una cena de la embajada China, donde recibí la invitación de dar clases en la escuela superior de lenguas extranjeras de Pequín.
En ese entonces viajé a México a despedirme de mis padres, estaba camino a ello, cuando en la Ciudad de México me encontré con un desfile en ocasión de protesta por el Día del Trabajo. De inmediato me uní a un desfile disidente en Paseo de la Reforma.
Allí una tierna mano me tocó la palma. Era Elva Macías que había crecido desde la última vez que la supe viva en Chiapas y con quien confirmé estaba enamorado.
Ella tenía 18 años, pero en ese entonces la mayoría de edad iniciaba los 21 años. Por eso fue necesario mucho papeleo. Pero finalmente y contra muchas voluntades, Elva marchó conmigo rumbo a China. Ella, Elva es la única cosa serena que he hecho.