Telares indígenas cuelgan de un hilo

Murmullos jaraneros en lengua tsotsil se escuchan en la calle del cementerio, en el barrio de San Sebastián, municipio de San Juan Chamula, ahí trabajan varias mujeres guiadas por la veterana María Patishtán Licanchitón, galardonada y reconocida en 2020 por haber obtenido el primer lugar en el Décimo Concurso Estatal de Juguetería Popular de Chiapas, en la categoría “Muñecas de Trapo”.

María ha logrado varios reconocimientos, destacando en el Gran Premio de Arte Popular, Ciudad de México, en 1995.

En 1996, el fomento cultural Banamex, en el marco del Programa de Apoyo al Arte Popular: 150 Grandes Maestros, otorgó un distintivo a la menestral por su trayectoria y calidad de sus obras artesanales, en Ciudad de México.

Además un galardón que entregó el gobernador Escandón Cadenas a la mujer de 81 años por su aportación en el IX Concurso Estatal de Juguetería Popular de Chiapas y por realizar el mejor juguete artesanal en 2019.

Por lo consiguiente, esta casa editorial pondera el esfuerzo que Licanchitón y muchas mujeres de la zona Altos realizan para conservar esta cultura milenaria llamada Jolobil (telar de cintura).

Sin embargo y para contrastar, los efectos de la pandemia también alcanzaron los rincones del pueblo autóctono y sus alrededores, perjudicando directamente a las artesanas y, por ende, a su producto, esto por la falta de visitantes y las restricciones que se establecieron.

“El turismo es una importante derrama económica para la región, además de que compran nuestro producto al por mayor y no regatean; comprenden el tiempo y el significado de cada pieza”.

“Los elementos que usamos son la lana o pelaje de borrego, puede ser blanco o negro; sin olvidar nuestras sagradas plantas que crecen en las montañas y muchas se usan para teñir y dar color a los hilos; por último el cinturón de cuero colocado a la cintura para sujetar el telar”, explica la octogenaria.

En el pueblo ningún material se desperdicia, todo suma para la creación de cualquier objeto, pero eso no es suficiente para mantener a sus familias; los indígenas viven de lo que venden a los visitantes.

“Muy pocas personas están llegando y los servicios turísticos se detuvieron por lo mismo; eso nos pega porque no hay ventas; las compañeras han tratado de ofertar bajo pedido y por internet, pero no es negocio ya que los productos son mínimos”, asevera.

La familia Patishtán y muchos trabajadores de la región Altos, todos los días lanzan la moneda al aire con la esperanza y la suerte de que inicie la reactivación turística, pero por el momento eso no será posible ya que los visitantes, a parte de tener miedo al virus, también temen a la violencia que se suscita inesperadamente en el pueblo.

La senil comenta que indígenas -sobre todo hombres- han tenido que migrar hacia el norte del país en busca de un mejor bienestar: “Una vez comienzan a trabajar y a percibir ingresos los envían a sus familias, para que puedan sobrevivir”.

Pero la consecuencia del covid-19 fue más grave, ya que obligó a muchas personas a retornar a sus comunidades y pueblos; sin embargo, lo que pudieron ahorrar y traer tarde que temprano se acaba, regresándolos a su atribulada realidad.

Algo que hay que destacar y como lo marca su cosmovisión, los niños conviven en el entorno laboral y aprenden todo sobre el tejido, y como dice la artesana: “Nos hemos acostumbrado a los ruidos y gritos”, pero eso no ha sido impedimento para que las mujeres se unan y diseñen sarapes, cojines, blusas, rebozos, abrigos de lana y una zoología de figuras, los cuales llevan un sello distintivo de sus raíces.

Y aunque este virus mortal continúa activo y dejando las ventas por los suelos, la mujer afirma que “en Chamula el trabajo no se detiene” y espera que en este periodo vacacional los ingresos puedan tener una ligera recuperación.