Desde hace más de 30 años doña Lulú Cervantes se ha dedicado ha ayudar a los que más lo necesitan, motivada por la labor altruista que realizaban sus padres desde que era una niña, lo que la ha llevado a vivir de cerca cientos de historias de personas a las que ha apoyado de diversas formas.
Platica que en casa comenzó a vivir desde niña el altruismo. Primero por los puestos públicos que ocupó su padre, además, de que su madre fue una de las damas fundadoras de la Cruz Roja en Tuxtla Gutiérrez. Posteriormente, debido a que su esposo también formaba parte de la administración pública, fue que se convirtió en voluntaria.
A nivel personal ha buscado la manera de ayudar a otros desde muy joven. Siempre le han conmovido las historias de personas que por una u otra razón necesitan apoyo de cualquier tipo.
Hoy día su rutina diaria es impredecible, porque cada día recibe cosas diferentes y como llegan las reparte, sea alimentos, ropa, zapatos, equipo médico, lo que sea. Todo debe fluir todos los días.
Es un salir a recoger cosas, regresar a su casa, ir a repartirlas, hacer llamadas, atender su fundación, coordinar el voluntariado a nivel estatal de la Cruz Roja Mexicana, además de otras cosas.
Cuenta que en su cumpleaños no recibió regalos, pidió a sus amigos llevarle despensas para el Comedor Público y Albergue “Juan Pablo II”.
Todos los días recibe una llamada de una persona que necesita de cierto apoyo, pero también cada día acuden a ella para donar algo; asimismo, conforme pasa el tiempo más voluntarios la buscan para sumarse a su labor.
“Estoy rodeada de mucha gente, de muchos amigos. No soy yo, es toda la gente que me rodea que son ángeles, yo solo soy un medio, la base principal son ellos; personas con el mismo compromiso de vida y con la sociedad, que agradecen a la vida lo que tienen y dan un poco de eso”, dice doña Lulú orgullosa.
Uniendo fuerzas, sin empujar a nadie, dándole el valor a cada cosa que me dan, sea poca o mucha, ayudamos a cambiar y transformar la vida de alguien, dice.
Comenta que conforme se hacen las cosas bien las puertas se abren solas, porque se gana la confianza de las personas, de empresarios, de instituciones, de fundaciones, de personas solidarias. Todos van confiando en ti y no necesitas enseñar una foto o demostrar que sus donaciones fueron repartidas.
Cuenta que cuando estudiaba la universidad en México, un día llegó un señor conocido como “Panchito” Quintero, un anciano que había quedado viudo y fue abandonado por sus hijos. Tocó la puerta de la casa de asistencia donde vivía para vender sus figuras de cristal cortado y otros materiales. Ella no pudo negarse a comprar algunas figuras e incluso invitar a sus compañeras a comprarle.
Esta historia marcó su vida, porque durante toda su carrera fue parte de la vida de don Panchito, llevándolo a pasear a diferentes lugares cada domingo; hasta que terminó la universidad, irónicamente fue también el final para él, ya que por esas fechas el adulto mayor falleció.
No se puede cambiar la vida de todos, pero si sumando, por eso su fundación que creó hace algunos años la llamó Suma y Deja Huella, porque entre todos se puede sumar. Es una cadena, que funciona cuando se hacen las cosas con amor, señala con emoción.
A través de los diferentes vínculos y grupos a los que pertenece, además de otros a título personal, ha podido ayudar a mucha gente, niños, niñas, mujeres, adultos mayores, personas con alguna discapacidad, de bajos recursos, cualquiera que lo necesite y también en varios lugares del estado.
Su labor altruista la ha hecho merecedora de algunos reconocimientos, sin embargo, a ella no le gusta hablar de eso, porque sería como presumir lo que ha hecho por los demás, que reitera, no ha sido solamente el trabajo de uno, sino de muchos a lo largo de 30 años.