Un viaje al interior de la crónica en Tuxtla Gutiérrez

Para entender la historia de la vida cotidiana de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez tenemos que ir más allá de lo que dicen los historiadores y los investigadores, los informes de gobierno estatal y municipal, los estudios monográficos y las enciclopedias temáticas. Conocer otros ángulos, el ángulo étnico, claroscuro e infinito de la historia y la cultura; es decir, ver la historia municipal o local desde todos los ángulos, y también de todo aquello que queda fuera del campo visual. Por tal motivo, debemos de recurrir a las crónicas tuxtlecas de los cronistas de ciudades, ellos tienen otra mirada acerca de la historia, la geografía, la cultura, las costumbres y las tradiciones; una mirada personal, individual de las cosas del mundo particular, del mundo no universal; del submundo de los pueblos, de los barrios y de las colonias marginales, de los personajes típicos (nevero, paletero, panadero, carpintero, policía, sastre, etc.) y populares (serenos, limosneros, enterradores o sepultureros), de personajes folclóricos que conviven con otras culturas y enriquecen (¿o empobrecen?) el paisaje rural y/o urbano de la vida diaria. Esto y más hallará usted en la lectura del libro: Crónicas Tuxtlecas (Coneculta Chiapas, 2015), antología que contiene 83 crónicas de 26 autores. He aquí algunos ejemplos:

Mario Araujo Rodríguez (1894–1961), escribió en 1951 la crónica costumbrista “Los ríos de mi pueblo”. Una crónica literaria en el que el autor relata nostálgicamente la historia de los ríos Sabinal y San Roque en la vida cotidiana del pueblo tuxtleco (1910 a 1951). En particular, el río Sabinal fue un lugar de encuentros y desencuentros, de noviazgos espontáneos y duraderos, de convivencia familiar en las famosas pozas que se formaban a lo largo de su cauce, en el que se comía y bebía como en un hermoso día de campo.

Fernando Castañón Gamboa (1902–1959), autor de las crónicas históricas “Tuxtla Gutiérrez en 1892” y “El comercio en Tuxtla, 1892”. A través de estas crónicas el lector tendrá una visión general del Tuxtla de finales del siglo XIX, cuando fue el principal centro comercial de Chiapas y sus relaciones comerciales internacionales con Guatemala, Estados Unidos y Europa, en particular con Francia, Inglaterra, Alemania y España; los precios y medidas de la época, así como las actividades económicas de la “Casa Vicente Farrera” fundada en 1839.

Manuel de Jesús Martínez Vázquez (1913–2012), en “La Candelaria desde Copoya”, nos dice que los santos que venera la Mayordomía Zoque del pueblo de Copoya son tres: La Candelaria, del Rosario y de María Olachea. “La bajada de las Copoyitas”, para la celebración de La Candelaria, forma parte de las tradiciones tuxtlecas, misma que es motivo de convivencia entre las familias tuxtlecas. Destaca la participación de los danzantes del carnaval zoque y de las Yomó-etzé (baile de mujeres). En el Mequé (fiesta grande) se come puxacxé y zispolá con canané.

Eliseo Mellanes Castellanos (1916–2015), fue el autor de la crónica costumbrista “Tamales y jocotes tuxtlecos”. En forma amena, el cronista tuxtleco nos relata que en el antiguo barrio del Jocotal del sur de la ciudad se comían jocotes con tamalitos de hoja de milpa. También se degustaban los tamales de mole, de puerco, de chipilín, de frijoles, de bola, de yerbasanta, de patashete, de nacapitú y algunos más, con jocotes largos, redondos o de chichita, rojos o amarillos, crudos, cocidos o curtidos. Costumbre que pasó a la historia.

Fernán Pavía Farrera (1920), escribió las crónicas “Un día en Tuxtla, 1910”, “La planchada” (2012) y “Crónicas mínimas de Tuxtla” (2009). ¿Cómo era la ciudad de Tuxtla Gutiérrez en 1910? ¿Cómo eran los viajes y paseos en carretas tiradas por bueyes? Estas y otras interrogantes contesta el cronista Pavía Farrera en la crónica “Un día en Tuxtla, 1910”. En otra nos relata la aparición de la “La Planchada tuxtleca” (espíritu de una enfermera fallecida) que tuvo lugar en el Hospital Regional de Tuxtla. “Crónicas mínimas de Tuxtla” contiene una síntesis del Tuxtla que el tiempo se llevó.

Enoch Cancino Casahonda (1928–2010), autor de las crónicas costumbristas “Juegos de infancia”, “Las crecidas del Sabinal”, “La fortuna del Museo Zoológico de Tuxtla” y “La presencia del Papa en Tuxtla”. El poeta-cronista hace un recuento de su niñez y nos relata amenamente algo sobre los juegos de su infancia; las crecidas del Sabinal y los desastres que causaba; una anécdota del zoólogo Miguel Álvarez del Toro y el gobernador Juan Sabines Gutiérrez. Y por último la crónica de la visita del Papa Juan Pablo II (1990), a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez y el recibimiento que le hizo como presidente municipal de Tuxtla.

Rutila Mejía Gutiérrez (1943), autora de las crónicas costumbristas “La casa que olía a Dios” (2008), “Un paseo por el Jardín Botánico” (2009) y “Vamos de excursión al Zapotal” (2012). En la casa que olía a Dios vivían cinco tías de apellido de la Cruz Jiménez, en los siglos XIX y XX: una auténtica casa tuxtleca con sus ajuares originales de la época. En seguida, un paseo por el fascinante jardín botánico con la maestra Ruti y sus nietos. Por último, viva las aventuras de un grupo de niños de primaria en los años cincuenta que fueron de excursión al Zapotal con sus maestros.

Sergio Díaz (1950), es el autor de la crónica de vida cotidiana “El Veintero. Un retrato del Tuxtla de los años 50”, escrito en abril de 1992 con motivo de los festejos del primer centenario de Tuxtla Gutiérrez como capital del estado de Chiapas. “Los veinteros” fueron los primeros transportes públicos en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, en la que hermosas muchachas de los barrios eran las encargadas de cobrar el pasaje. Dar la vuelta por la ciudad en camiones eran verdaderas hazañas en los años 50: se conocía la ciudad por los cuatro puntos cardinales por solo 30 centavos.

José Luis Castro Aguilar (1953), autor de las crónicas costumbristas “Los altares zoques en Tuxtla Gutiérrez” (2001), de aventuras “Vámonos de excursión al ZooMAT” (2009) y urbana “¡Hey, Wey vamos a rayar! Crónica de la vida de un grafitero ilegal” (2011). La primera es un fascinante relato del recorrido de un grupo de niños que fueron en busca de aventuras en el zoológico de Chiapas; la segunda, una recreación de la cosmovisión costumbrista de los antiguos zoques de Tuxtla; y la tercera, una historia de la vida de un grafitero ilegal que se convirtió en escritor de grafiti artístico legal.

Marco Antonio Orozco Zuarth (1963), autor de la crónica noticiosa “El Nucú. Patrimonio cultural de la gastronomía chiapaneca” (2009) y “Adiós al Parque Morelos, ¡Bienvenido el Parque Bicentenario!” (2010). Al leer la crónica del Nucú usted podrá conocer sus diferentes nombres y saborear el “caviar chiapaneco”, “bien doraditos en una tortilla calientita de las llamadas matamaridos”. La transformación del emblemático Parque Morelos en el “Parque Bicentenario José María Morelos y Pavón” que fortaleció las raíces históricas con el antiguo Monumento a la Bandera.

Para tener un panorama general de la vida cotidiana del Tuxtla de ayer, basta con hacer una lectura minuciosa de los trabajos publicados por los cronistas: Manuel Burguete Estrada (1938), autor de “Las locas aventuras de la primera bicicleta que llegó a Chiapas” (1987). Alba Patricia Cabrera Bezarez, escribió “La feria del barrio de San Pascualito” (2009), “Las virgencitas de Copoya” (2010), “Historia del Monumento a la Bandera” (2010) y “La guaya” (2011). Jorge Alejandro Sánchez Flores (1960), es autor de las crónicas costumbristas “¡Vamos al circo!” (2009), “Peluquerías antiguas de Tuxtla” (2009) y “Recintos tuxtlecos” (2010). Carlos Hiram Culebro Sosa, “La limpia mediante la pasada de huevo” (2006). Eugenio Cifuentes Guillén, “Restaurante las Pichanchas” (2010). Gloria Cano de Maza, “Las ensartas de flor de mayo” (2006). José Antonio Cruz Coutiño, “El pelucas, mi cantina” (2009). José Guerrero Tapia, “El Mequé de los zoques”. María Eugenia Díaz de la Cruz, la crónica urbana “Restaurante Flamingo’s” (2009). Rubén Domínguez Castillo, la crónica costumbrista “Recuerdos de otro Tuxtla”. Marte Fabio Gálvez Rivera, autor de las crónicas costumbristas “Santa puteada tuxtleca” (1993) y “La fiesta de la última teja” (2006).

Mención aparte merecen los trabajos de Alfonso Sánchez Ramos, Antonio Escobar Paredes, Consuelo González Martínez, Eraclio Zepeda Lara, Gloria Pinto Mena, Guillermo Martín Sánchez Trujillo, Jacob Pimentel Sarmiento, Jesús Aquino Juan, José María López Sánchez, María Magdalena Jiménez Jiménez, Margarita Farrera Pola, Óscar Mota Castillejos, Roberto Fuentes Cañizales, Rubén López Cárcamo, Sara Martínez Rincón, Sergio de la Cruz Vázquez, Ulises Valdez Arévalo, Valente Molina, Víctor García y otros más, que también han contribuido en el desarrollo de la crónica tuxtleca; pues de acuerdo con los rasgos y las características de cada uno de estos relatos hay en todos una fuerte identificación entre el mundo, la realidad y la crónica.

Sin embargo, gran parte de la otra historia, la de los mitos, los fantasmas y las apariciones, las curaciones milagrosas, las transformaciones de algunas personas en animales y los viajes astrales, han quedado fuera de las crónicas tuxtlecas, fuera de las historias locales; a pesar de que los mitos, la superstición y la concepción mágico-primitiva de la realidad son una constante en la formación, transformación y el desarrollo de la cultura tuxtleca.