“El arranca cebolla” era el juego favorito en la niñez de Yaneth Gil Ardón. Con este se divertía y le hacía olvidar la guerra vivil que se vivía en El Salvador, su país natal. Después de los años 90, el conflicto terminó pero las pandillas tomaron el control de las calles. Sin embargo, Yaneth creció y ya no tenía más juegos para olvidar esa violencia.
Yaneth nació en el departamento de La Libertad, en El Salvador, durante la guerra que duró más de una década y que la obligó a mudarse en repetidas ocasiones junto con su familia, integrada por su mamá, papá y 15 hermanos.
“Me crié en una familia típica salvadoreña”, pero luego se fragmentó por la violencia, la pobreza, la falta de educación y de oportunidades en Centroamérica. Recuerdo que mucho tiempo viví sola con mi papá, pienso que mi mamá se llevó a mis hermanas mayores porque quería protegerlas”.
En medio de la guerra llegaban camionetas (pickup) a los departamentos de El Salvador, ofertando trabajo en Estados Unidos, como una oportunidad para que niños mayores de 12 años no fueran reclutados para la guerra.
Las memorias de su infancia no son tan agradables, pero recuerda que le gustaba estudiar inglés, aunque su papá era muy riguroso en ese tema, así como con la lectura de la Biblia. A los 13 años, Yaneth se marchó a San Salvador para vivir con su hermano Romualdo.
Cuando cumplió 17 años, Romualdo emigró a los Estados Unidos, y pasados unos tres años, Yaneth salió de El Salvador con el mismo objetivo, pero acompañada por su madre y un embarazo de dos meses.
En su mochila guardó una foto de su padre, un cepillo y crema dental, un paquete pequeño de toallas sanitarias y dos calzones, sin ningún otro cambio de ropa; mientras su madre viajó sin pertenencias.
Como si fuera parte de un entrenamiento, Yaneth sabía que debía viajar ligera porque “siempre pasaban muchos ‘polleros’ por las casas, hacían listados en un cuaderno; ellos recomendaban no cargar tanta ropa y sugieren llevar el DUI (Documento Único de Identidad)”.
La frontera sur
En el 2004, la joven salvadoreña soñaba con estudiar idiomas, también con ser profesora de inglés y tocar el violín, “me gustaba cantar y yo quería ser todas esas cosas”. Pero en ese entonces gobernaba en El Salvador la Alianza Republicana Nacionalista, que pactó con los pandilleros.
Entre otros vínculos, el gobierno protegió a los delincuentes para que cobraran rentas (derecho de piso), secuestros y extorsiones contra una población que vive del trabajo de las maquilas.
Con 24 años de edad decidió irse, no podía permitir que su hijo padeciera lo mismo.
Julia (su madre) y Yaneth caminaron durante un mes, sin guía, sin “pollero”, sin un plan más que llegar a Estados Unidos. “Sabía que me iba a encontrar con muchos migrantes en el camino, porque en ese entonces salieron muchísimas personas. El Salvador es el país que menos salvadoreños tiene”.
Llegaron al río Suchiate, que divide a México y Guatemala, y que desde entonces era resguardado por militares. Yaneth no supo lo difícil del camino hasta que llegó a ese punto, “sabía que los ‘polleros’ abandonaban y que algunos migrantes se morían en el desierto, pero ignoraba los secuestros y la violación de los derechos por parte de las autoridades”.
Entonces vio cómo los soldados introducían los dedos en la vagina de las mujeres migrantes para quitarles el dinero escondido; a los hombres los colocaron en fila y para que uno a uno se introdujera en la maleza; algunos salían de ahí descalzos, sin mochila, sin nada y los dejaban pasar.
Ya en territorio mexicano, en Ciudad Hidalgo, municipio de Suchiate, en la primera casa que se toparon, una mujer les aventó agua y las corrió de la acera. Yaneth se arrepintió de haber salido de su casa, pero regresar tampoco era una opción.
Caminó por horas para llegar a Tapachula, en el camino sufrió un desmayo y de sus pies brotó sangre. La apoyaron para trasladarse hasta un albergue en donde estuvo ella y su madre durante tres días, y, al despedirse, el sacerdote encargado del espacio le dio preservativos y le advirtió sobre los ataques sexuales contra mujeres en la ruta migratoria.
Luego se subió al tren, pero bajó minutos después cuando una mujer le ofreció trabajo en Huehuetán y a los 15 días la despidió sin pagarle y culpándola de robo. Días después, Yaneth y Julia llegaron a Tuxtla Gutiérrez.
Una mujer les ofreció trabajo “y caí en manos de un grupo delictivo, ahí me decían que a mi hijo lo iban a vender cuando naciera”. A Julia la dejaron ir, mientras Yaneth quedó retenida contra su voluntad.
Fue llevada a una cocina económica que se ubicaba frente a Petróleos Mexicanos (Pemex), en una de las entradas de la capital de Chiapas, pero en realidad ahí vendían niños, niñas y mujeres negras, mestizas e indígenas.
“En todas las ollas, los sartenes, los termos, todo tenía droga y yo tenía que vender todo, y los que más compraban eran los de Migración”, pues a unos metros siempre se ha ubicado un puesto de control y vigilancia.
Yaneth recuerda que los uniformados empeñaban las motocicletas enteras o en partes, además de logotipos del INM, botas y uniformes. “Yo les pedía que me deportaran, me decían que no podían porque nadie sospechaba de una mujer embarazada”.
Era una casa con un baño alargado donde violaban a las mujeres, niños y niñas. Incluso, el grupo de sexoservidoras que trabajaba a las afueras de Pemex —en la noche— pagaba una cuota.
Ahí estuvo cinco meses, pero cuando su bebé nació y cumplió los 40 días “me dejaron ir y la mujer encargada me aventó 50 pesos”. Al poco tiempo Yanet confió en otra mujer que intentó quitarle a su niño, pero Julia —la madre de Yanet— averiguó la ubicación y le ayudó a salir de ahí.
Una ayuda para mujeres migrantes
En el 2015 se realizó una convivencia organizada por el consulado, esta reunió a personas originarias de El Salvador y fue así que Yanet notó que la situación que enfrentan las demás mujeres en situación de movilidad no es aislada de lo que ella vivió.
El 26 de septiembre del mismo año, echó a andar el proyecto con otras salvadoreñas. Aunque la falta de recursos y la necesidad de resistir en el trabajo voluntario obligó a otras mujeres a dejar sola a Yanet.
Pero eso no la detuvo y colocó una pequeña mesa en el parque Santo Domingo, y con una hoja de papel escribió: “Una ayuda para ti mujer migrante”, convirtiendo esa experiencia amarga de movilidad en un espacio de amor y empatía.