A 300 años de su nacimiento —que se celebraron el lunes 22 de abril— en Königsberg, Prusia (hoy Kaliningrado, Rusia), el filósofo Immanuel Kant es considerado uno de los mayores representantes de la Ilustración y, por ende, uno de los principales faros que iluminaron al ser humano para que pudiera dejar atrás su infancia mental y acceder a su mayoría de edad.

¿Cómo puede definirse la filosofía de este gran pensador? Pedro Stepanenko Gutiérrez, investigador y exdirector del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, responde: “Es muy difícil, porque Kant abordó casi todos los temas filosóficos. Yo destaco dos: uno referido al conocimiento y otro a la ética”.

En relación con el conocimiento, Kant juzgaba que era necesaria una revolución parecida a la que llevó a cabo Nicolás Copérnico, quien explicó el movimiento de los astros a partir del movimiento del espectador en la Tierra.

“Kant decía que el ser humano trataba de entender el conocimiento basado en ciertas sensaciones que los objetos imprimían en él y que le permitían explicar lo que eran. Y, de manera semejante a la revolución de Copérnico, propuso que, en lugar de entender el conocimiento a partir de esta relación causal que tenía con los objetos, el ser humano debía de hacerlo a partir de las estructuras que proyectaba sobre ellos, pues solo así podría aprehenderlos”, indica el investigador.

En relación con la ética, Kant concibió un concepto llamado imperativo categórico, según el cual debemos querer que la máxima de nuestra acción se convierta en ley universal. Es decir, nadie puede actuar de acuerdo con máximas cuya universalización destruya la sociedad; por ejemplo, el robo no se puede universalizar porque, si todos robamos, la sociedad se desarticula.

“Este imperativo es categórico porque no hay ninguna condición bajo la cual debamos aplicarlo. Es una regla que en cualquier circunstancia debe estar presente en nosotros. Nuestras máximas deben ser elegidas pensando que se pueden universalizar, y esto lo entendió Kant como el ejercicio de nuestra libertad. ¿Por qué? Porque cuando obramos de acuerdo con una máxima que es racional, lo hacemos de acuerdo con un principio que la razón se da a sí misma, y esa es la autonomía. El imperativo categórico es un principio de la razón pura —o sea, de la razón no influenciada por los sentidos ni por los deseos— que debe guiar nuestras acciones y que permite que nos consideremos autónomos”, apunta Stepanenko Gutiérrez.

Dos ideas

Kant creía que la autonomía de juicio era algo esencial para conformar una sociedad con ciudadanos responsables de sus acciones y de sus opiniones. En su famoso artículo de 1784 titulado “Respuesta a la pregunta: ¿qué es la Ilustración?”, escribió que la divisa de la Ilustración era: “¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!”.