El punto de partida de Cuando los gatos esperan, primera novela de la escritora y editora Adriana Ortega Calderón, fue una experiencia a caballo entre lo imaginario y lo vivido: llegar a una ciudad en otro continente, en medio de extraños y desconocidos, y allí, tocar base en un lugar solo; intentar llevar el día a día en un sitio donde todo es nuevo y lo esperado y lo previsto no se cumplen.
Tras la superficie de los hechos se oculta la voz de un narrador que describe su propio tránsito hacia la alienación. El argumento sucede a finales del siglo XIX. El personaje principal, Álvaro, proviene de Buenos Aires y es invitado a sumarse a un proyecto en Versalles, Francia.
Para irse de su ciudad natal, él debe prever ciertos detalles: entrar en contacto, solo de forma epistolar, con la familia que lo va a hospedar y que se ausenta desde el primer día de alojamiento. “Él se ve obligado a adaptarse al nuevo trabajo, al barrio y a esperar día tras día que la familia regrese”, cuenta Ortega Calderón. Pero las semanas pasan, la familia no vuelve y el protagonista transita por la inquietud, la zozobra y la angustia.
Para Adriana Ortega, el origen de la novela proviene de su propia experiencia en otros países, estancias prolongadas sin conocer a nadie. Frente a una ciudad extraña y el casi nulo intercambio personal de aquellos con quienes trabaja, el único refugio del personaje es, también, un elemento ajeno: la casa en la que se hospeda. “Representa un refugio y, a la vez, un recordatorio de la ausencia, el estar a la espera de que suceda algo, que es el hilo conductor de la anécdota y que lo lleva a una suerte de vacío existencial. Para Álvaro, la casa tiene esta ambivalencia... Él quiere regresar allí; es el lugar que va a estar hablando”, abunda.
Se trata de un declive emocional, dice la autora, en el que la esperanza y la voluntad del narrador se diluyen; una decadencia cuyos únicos testigos son tres gatos que le dan a la espera de Álvaro una dimensión paralela. “Los gatos son un elemento que se suma a la exasperación e inquietud del protagonista. El gato parece decir ‘no me puedo comunicar contigo, pero te estaré esperando cuando llegues’. La conducta de un perro puede ser interpretada y leída; con un gato esto no siempre es posible. La forma de ser de los gatos contrasta con las desgracias que está viviendo el personaje”.
Sobre el estilo de esta obra, Ortega detalla que hubo una primera crítica en la que se mencionó, de forma pasajera, a Edgar Allan Poe; a partir de esta, se ha mencionado a Poe en otras reseñas y entrevistas. “Más allá de estar o no de acuerdo, en ningún momento he percibido a Poe como una influencia en mi escritura”, recalca, y menciona a los narradores que admira: Flannery O’Connor, Ian McEwan, Muriel Spark, Yasunari Kawabata, Saki y Alonso Cueto.
“Estos escritores tienen estilos que me han cautivado de distintas maneras, pero no podría decir que alguno de ellos me ha influenciado o que forme parte de mi construcción narrativa. Prefiero que el lector sea quien lo determine”, concluye.