Amante de la mitología griega, de El Quijote de Miguel de Cervantes y de la música de Antonio Vivaldi, murió a los 91 años el pintor, dibujante y grabador jalisciense Luis de la Torre Ruiz (1932-2024) en su casa de la colonia Hipódromo Condesa, donde fue velado en un entorno familiar.
El caricaturista decano de Excélsior, donde colaboró durante 48 años, falleció debido a múltiples malestares que se le habían acumulado y que, en el último año, le impedían moverse con libertad, comentó en entrevista su hija Pía de la Torre. “Tuvo una vida plena. Trabajó hasta el último día. Disfrutó del arte. E incursionó en todo lo que quería. Todo lo hacía con pasión”, afirmó la socióloga que se convirtió en su asistente y discípula. Los restos del cartonista se incineraron este miércoles, informó.
Tras la muerte del también escritor y periodista, Pía le escribió un texto de despedida. “Desde mis ojos de hija, muchas veces veo a mi padre en mí. Cargo con sus deseos y sus maldiciones. Y, cuando lo veo, veo a Dios. Al cual agradezco que siga aquí. Quiero a este hombre que me cargaba en sus hombros de niña, que me ponía a Vivaldi mientras hacía el cartón del día. Quiero a este hombre que me ayudó a amar el arte”, expresó.
Al autor de Soñar que he vivido, la autobiografía que publicó en 2016, le encantaba la carne tártara y las enchiladas que le hacía su prima Guadalupe, quien siempre reunía a la familia en su cumpleaños. “Mi papá odiaba el pollo y la verdura y, como buen jalisciense, le gustaba el tequila y el vino”, recordó la menor de sus seis hijos: Felipe, Herbert, Héctor, Silvia, Lourdes y ella.
El artista gráfico se integró a Excélsior como diseñador de la revista Plural, continuó como caricaturista de Últimas Noticias; y, después y hasta ayer, como cartonista editorial. En una entrevista realizada en 2016, don Luis definió a este matutino como su casa. “Es mi hábitat. Son años de no despegarme de ahí, de hacer un cartón diario, ahora cada tercer día. Pero es mi casa de vivencia, de intelectualidad, de creatividad, de amistad, de todo”, dijo entonces.
El creador de la identidad gráfica del suplemento cultural “El Búho” de Excélsior, en el que trabajó con René Avilés Fabila, señaló en esa charla que “no le quito ni le pongo nada a mi vida, la considero un gran regalo. La vida es única e irrepetible, para qué pensar en reencarnaciones o leyes del karma. Basta con la vida simple que nos tocó para hacernos pensar en el quién soy, de dónde vengo y a dónde voy”.
Pía ratificó que a su padre le gustaba la sencillez: “No se complicaba. Disfrutaba de su trabajo. Leía mucho, era un bibliófilo. Visitaba muchos museos y quería escribir todo el tiempo. Una de sus últimas visitas fue a una exposición de su hijo Felipe, en el Senado de la República”.
Una pasión que no lo abandonó a lo largo de su vida fue la lectura de El Quijote, con cuyo personaje se identificaba y decía haberse “reencontrado” en tres ocasiones a través de la lectura. Don Luis le dedicó al Caballero de la Triste Figura cuatro carpetas de serigrafías y 23 óleos. Sin embargo, no consideraba haber luchado contra molinos de viento, como el personaje cervantino.
Egresado de la Escuela de Artes Plásticas de Guadalajara, en 1955 entró como caricaturista en El Informador; y, en 1978, ya en la Ciudad de México, realizó durante 25 años el periódico rural Mi Pueblo. El autor de Unos monos más o menos monos obtuvo en 1988 el Premio Nacional de Periodismo en Caricatura.
“Es importante que se conozca su legado. No solo sus caricaturas, sino sus pinturas, sus serigrafías y sus escritos. Su biblioteca se queda en la casa. Hay muchas cosas qué revisar. Pero deseo seguir difundiendo su obra, publicarla. Encontraré la forma”, indicó Pía de la Torre.
Incluso, refirió que le gustaría crear una empresa de diseños personalizados o abrir una página en internet para difundir los trabajos de su padre, junto al de otros artistas jóvenes. “Es toda una vida de trabajo y me gustaría que lo conocieran las nuevas generaciones”, señaló.