La colonia Tacubaya, al poniente de la Ciudad de México, le demostró a Amores perros que la banda no se deja. En un par de ocasiones, los chicos banda del lugar vaciaron el set creado para las escenas de peleas de perros, simplemente porque no los querían ahí.
En una incluso dejaron amarrada a la persona que la producción había dejado para cuidar al lugar, para dejar claro que no se dejarían amedrentar, pasara lo que pasara.
Fue cuando se tomó la decisión de enviar a alguien a hablar con las autoridades (no oficiales) de la zona y llegar a un acuerdo. “Nos decían ‘vayan y platiquen con la gente que los asaltó, vive ahí en la esquina. Había nervios’”, recuerda Carlos Hidalgo, asistente de dirección de Alejandro González Iñárritu, entonces un exitoso publicista que debutaba en el cine.
El rodaje inició en abril de 1999 después de casi cuatro meses de planeación, cifra inédita para una cinta mexicana, y que aún hoy es casi inalcanzable. Un año después llegaba a Cannes donde ganó en la Semana de la Crítica y más tarde, el 16 de junio del 2000, arribó a salas mexicanas donde superó los 3 millones de espectadores. “Desde que leí el guion sabía que era una bomba, lo que pasó es que nadie se imaginaba el impacto que iba a tener”, comenta Hidalgo.
Gabriela Diaque, encargada del vestuario, visitó varios lugares de la Ciudad de México “buscando” a los personajes. Portaba siempre una minicámara, a veces oculta, para tomar referencias en lugares como el Tianguis del Chopo, de donde justo salió el look visual de los personajes de Gael García y Vanessa Bauche.
El de Bauche se basó de una chica, vendedora en una bodega, que era madre soltera. El del “Chivo”, el anarquista interpretado por Emilio Echevarría, de un libro cuyo autor tenía fotografías de su padre, quien había tenido buena posición económica, caído en el alcoholismo, pero quien jamás dejó de usar sacos. “Un día fui al mercado de Meyehualco y me pasó por un lado un chavo que traía una chamarra bien chingona, con una pintura detrás, y pensé que era ideal para el personaje de Octavio (García Bernal). Lo perseguí, le dije que se la compraba, le ofrecí mil pesos que entonces era mucho, y es la que usa el personaje cuando va a la pelea final de perros, antes del choque”, detalla Diaque.
El accidente
Precisamente la escena del choque es quizá una de las más icónicas del cine mexicano. La producción solo tenía un domingo para rodarla sobre la avenida Juan Escutia, en la colonia Condesa, en un horario específico vespertino y solo un par de coches para hacerla. “La ensayé ocho horas en la locación, había 14 cámaras. A los mirones les montamos una pantalla grande para que vieran qué pasaba. Y de pronto comenzó a llover y vi cómo Francisco González Compeán (productor), comenzó a sudar, pero solo fue un chubasco y salió un atardecer precioso. El ‘stunt’ pidió un ensayo más, para probar frenos por el piso mojado”, relata Hidalgo.
“Calcula, frena y el agua lo fue llevando, se detuvo justo centímetros antes del choque del coche, pero le alcanzó a romper la calavera. Entonces Alejandro dice ‘Hidalgo, ahora qué vamos a hacer’, y no acaba de hablar cuando ya habían reparado todo”, agrega divertido.
El perro estrella
El Cofi, el perro rotwailler estrella del filme, tenía su maquillista: David Ruiz Gameros. El can tenía un doble, que en la vida real era su hermano.
Se rodó un making of para mostrar a las sociedades protectores de animales que en las escenas todos estaban protegidos con cintas. “El Cofi era un buen actor, había que generarle las marcas y las heridas y en eso era superamable y cero agresivo. Si en algún momento se le caían, entonces había que reemplazarlas”, narra el especialista.
Hubo personajes más complicados, como el de Álvaro Guerrero; a él se le colocaron apliques de cabello en la frente para eliminar entradas y se le pegaron las orejas. “Para los malos fue visitar varios lugares, igual como El Chopo y ver tendencias; el del que hiere al Cofi (Gustavo Sánchez Parra) era tener algo distintivo y de ahí el cabello güero”, apunta.
El rodaje de Amores perros acabó con el tradicional bautizo de quienes inician en el cine. Es el momento en que los veteranos bañan de basura, líquidos y demás cosas a los nuevos integrantes del medio, lo cual les traerá suerte. Pero González Iñárritu no quería.