Cervantino, un tímido retorno a la fiesta
El Festival Cervantino en Guanajuato. Cortesía

El bullicio rompió la cotidianidad de la ciudad de Guanajuato. Las calles, poco a poco, empiezan a llenarse de hombres y mujeres, de jóvenes que se reencuentran para recuperar el espacio público, para cantar, reír, bailar, esconderse en la oscuridad de un callejón y besarse sin final, o amanecer con una cerveza en mano contando las historias que recuerdan que estuvo muy cabrón el último año y medio. Y pese a todo, ¿la fiesta continúa?

No hay júbilo que pueda echar a patadas de la memoria que el virus SARS-COV 2 sigue aquí, habitando cuerpos y espacios. La disciplina del uso de cubrebocas y el gel antibacterial es notable en la capital del estado que ocupa el cuarto lugar en tasa de incidencia de casos activos, con el 12.2 % (4, 487) del total nacional y con el 61 % de la población que ha recibido alguna dosis de los biológicos.

El estado huésped de la fiesta del espíritu estuvo en semáforo amarillo con alerta. Hoy, tras dos meses, se quitará la alerta, pero permanece el mismo color. En el fin de semana, con el arranque de la 49ª edición del Festival Internacional Cervantino (FIC), con las actividades en distintos espacios, con la llegada de miles de turistas de México y el extranjero, con la vida nocturna, la audacia del aquí y el ahora se impone.

En 2020, los organizadores del FIC decidieron un par de semanas antes de que iniciara la edición 48, que no había condiciones para que fuera presencial y, por primera vez en su historia, se ofreció una edición virtual de cinco días. Las cifras, como siempre, se ofrecieron con ese tono triunfador institucional: 2 millones de personas observaron la programación a través de redes sociales y 300 mil a través de la página oficial. Se presumía el éxito frente al pánico del sector restaurantero, turístico y hotelero que intentaba sobrevivir al año más difícil de la historia reciente.

La Alhóndiga de Granaditas volvió a ser espacio más concurrido del FIC. El viernes, el Septeto Santiaguero, ganador del Grammy Latino, invitó a bailar guaracha, changüí, danzón y guaguancó, llenos de energía pedían baile y manos arriba; pero en la noche inusualmente calurosa de octubre, no terminaba de encender el ánimo.

Hasta que sonó “Chan Chan”, el clásico de Compay Segundo, un himno casi nacional de la isla que transporta a los pocos más de mil visitantes a las calles de La Habana. Entre el público ondean banderas de Cuba, país invitado de honor, grupos pequeños bailan coreografiados y de pronto algunos gritos incomodan: “¡Viva Cuba libre!”. Una voz intenta acallar a la disidencia: “Asere, respete”.

Aquí nadie habla de Cuba y menos de las últimas semanas que han puesto a la isla en el ojo del huracán tras las históricas manifestaciones de artistas disidentes y de la sociedad, ni de los señalamientos de organismos internacionales y varias naciones que acusan al gobierno de Miguel Díez-Canel de no respetar los derechos humanos de los cubanos. No, aquí, en la Casa de Cuba, se oye en una de las calles principales son y danzón, se venden habanos, artesanías, guayaberas y libros sobre “El Che”, Fidel e historia de la Revolución.