Esta es la historia de “un vil robo”, dice el historiador Pedro Castro Martínez. De 1904 a 1911, el estadounidense Edward Herbert Thompson (1857-1935), exploró “sin preparación técnica y científica”, el cenote sagrado de Chichén Itzá de donde sustrajo más de 30 mil piezas arqueológicas mayas que envió de manera ilegal a sus cómplices y mecenas del Museo Peabody de Arqueología y Etnología de la Universidad de Harvard.
Castro ha reconstruido la historia del robo perpetrado por Thompson en su libro El fabuloso saqueo del cenote sagrado de Chichén Itzá (Tirant Humanidades/UAM Iztapalapa, 2016). Para escribirlo, ha tenido acceso a las miles de cartas e informes que el estadounidense intercambió con el Museo Peabody, donde detalló puntualmente su fechoría.
El relato no es solo de abuso y rapacería, también de corrupción y dominación de una nación sobre otra, una historia de silencio y oídos sordos de las autoridades mexicanas para reclamar la restitución de los bienes que les fueron robados.
“El asunto es espinoso para las instituciones arqueológicas tanto mexicanas (en este caso el Instituto Nacional de Antropología e Historia) como norteamericanas, particularmente del Museo Peabody, que hasta la actualidad trabaja en proyectos mexicanos, el tema fundamental es que más allá de la cooperación que se pueda tener, este agravio no está resuelto”, considera Castro.
Finalmente y como una luz de esperanza, en 2008 William L. Fash Jr., director del Peabody, afirmó durante su participación en la VI mesa redonda de Palenque, que existía la posibilidad de que los bienes regresaran a México. ¿Se puede creer en sus palabras?, se le pregunta a Castro. “Yo quiero creer que es posible creer en ellos, en realidad los argumentos que tuvieron para retener los materiales fue que estaban en las condiciones de curarlos y de estudiarlos mejor que en México, pero esa labor ya fue cumplida, en México ya tenemos especialistas, estudios y uno de los museos más importantes”, respondió.