Cierran la producción literaria de Gabo
En la presentación de la novela. Cortesía

Gabriel García Márquez vuelve a la novela diez años después de su muerte. Y lo hace, por vez primera, con una mujer como protagonista: Ana Magdalena Bach, quien es una colombiana madura, atractiva, lectora voraz, madre de dos hijos músicos y esposa del director del conservatorio que, cada 16 de agosto, viaja a una isla del Caribe —que bien podría ser Cartagena— para visitar la tumba de su madre, y por una noche, cada año, explorar su sexualidad y su deseo, y vivir con libertad su cuerpo.

El pasado miércoles fue el lanzamiento mundial de En agosto nos vemos, la novela inédita del premio Nobel de Literatura, en el marco del 97º aniversario de su nacimiento —6 de marzo—, y justo en este 2024 que se conmemora el décimo aniversario de su muerte, ocurrida el 17 de abril de 2014. Se trata de la última novela escrita por Gabo y con la cual cierran, con broche de oro, la obra literaria total del narrador y periodista, autor de Cien años de soledad.

“La obra de Gabo no estaba completa hasta ahora que sale este libro y después de esta ya no hay más, esta es, en efecto, la única obra que dejó Gabo sin publicar; él mismo era muy crítico con ella en sus últimos años”, cuenta su hijo Gonzalo García Barcha en entrevista, en la que habla de esta novela de seis capítulos que en 2004 García Márquez decidió que no estaba lista para salir y la guardó en una carpeta de su archivo personal, que desde 2014, tras su muerte, reposa en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin, al que fue vendido por su familia en 2.2 millones de dólares.

El libro póstumo, que en México, Centroamérica y el Caribe publica Grupo Planeta, a través de Diana —que desde los años 80 son los editores de García Márquez para estos territorios—, y en los demás países de habla hispana y algunas otras lenguas será publicado por Random House, será el acontecimiento literario de la década y por ello las reservas para mantener la expectativa sobre este libro que sale en pasta dura, de 144 páginas, que incluye el facsimilar, a color, de algunas cuartillas del manuscrito anotadas y corregidas de puño y letra de Gabo.

Cuenta Gonzalo García Barcha que decidieron lanzar —aunque su padre había dicho que no— porque es una historia con grandes valores. Hace un par de años, su hermano Rodrigo y él decidieron volver a leer la novela, hablar con Cristóbal Pera, buscar a la agencia literaria Carmen Ballcels —que sigue gestionando los derechos de autor de García Márquez— para que todos volvieron a leer ese trabajo que en 2004 habían declinado publicar.

“Llegamos a la conclusión de que, en efecto, el libro está completo, de que el libro tiene mucho sentido dentro de la obra de Gabo”, afirmó Gonzalo, y recordó que Gabo, en sus últimos diez años de trabajo, emprendió varias creaciones, algunas de las cuales vieron la luz, como Del amor y otros demonios y Memorias de mis putas tristes, pero también, siempre hablaba de esta novela, de la cual leyó un capítulo en la Casa de América de Madrid, en 1999.

“Era un libro que no se había editado, pero que mucha gente sabía que existe. Dimos una lectura crítica, una lectura pensando en el lector, y concluimos que, con muy poco trabajo de edición, más bien con un trabajo de arqueología más que un trabajo de edición, se podía reconstruir una edición que es la edición que estamos presentando ahora”, afirma García Barcha.

Cristóbal Pera, editor de En agosto nos vemos, cuenta que revisó todas las versiones que resguarda la Universidad de Texas en Austin, “había cinco carpetas, numeradas, la quinta, la versión 5, es donde él había estado recogiendo los últimos años, ya cuando la memoria le fallaba y él no podía tener la visión completa de la novela, pero sí podía corregir un adjetivo y hacer que una frase brillara de repente cambiando unas palabras”.

Esa quinta versión fue base de esta edición, pero fundamentalmente una versión en Word que conservaba Mónica Alonso, la asistente de Gabo, con la cual fue confrontando el manuscrito impreso, con sus notas a mano. “Fui editando como si lo tuviera a él al lado, pero tomando decisiones editoriales. Es decir, si él ha tachado aquí esta frase que parece muy bonita, se va; si él ha cambiado este adjetivo o está dudando si poner otro, se cambia o se considera; pero también pensando

‘¿lo cambiaría?’, lo cambio; pero siempre, por supuesto, siguiendo de una manera milagrosa cómo dejó todas las pistas ahí para hacer esa edición, en la que por supuesto no añadí, no tuve que añadir nada”, detalló.