Cuando en los años 30 Diego Rivera pintaba murales en Nueva York, el artista estadounidense George Biddle le escribió al presidente Franklin D. Roosevelt para decirle que viera el modelo mexicano para pagar a los artistas por las obras en muros y le propuso desarrollar un proyecto artístico como el de México en su país.
Para entonces no solo Biddble sino otros artistas en EU habían quedado impactados por el arte de los muralistas, y había antecedentes de intercambios y encuentros: en 1924, Gertrude Vanderbilt Whitney (a la postre fundadora del Museo Whitney) presentó una exposición de José Clemente Orozco y Miguel Covarrubias, entre otros, en el Whitney Studio Club. En 1927, una siguiente exposición de Orozco en Nueva York atrajo a artistas como Jackson Pollock y Jacob Lawrence. Tres años más tarde, Orozco pintó en Pomona, California, su mural “Prometeo”; por ese entonces, David Alfaro Siqueiros creó tres murales en Los Ángeles, entre éstos “América Tropical”, que sufrió censura; el pintor tuvo un grupo de colaboradores que llamó “Bloque de Muralistas” donde estaban Fletcher Martin y Philip Guston. A la par, en 1930, en la Ciudad de México, el mercado Abelardo Rodríguez fue un núcleo de experimentación del Muralismo, y de 10 artistas que participaron en el proyecto, cuatro eran estadounidenses: Pablo O’Higgins, Marion y Grace Greenwood e Isamu Noguchi (nacido en Japón).
Años más tarde, en 1936, el Taller Experimental de Siqueiros en Union Square influyó con su arte experimental en la obra de Pollock. Para aquellas fechas, Diego Rivera ya había creado el mural para el Rockefeller Center que los dueños destruyeron, y también el conjunto de murales de Detroit que hoy es eje del Instituto de Artes de esa ciudad.
Todos esos nombres y estas y otras historias confluyen en la mayor exposición del Muralismo que se ha realizado en Estados Unidos: “Vida Americana: los Muralistas Mexicanos Rehacen el Arte Estadounidense, 1925–1945” (Vida Americana: Mexican Muralists Remake American Art, 1925–1945), que se exhibirá entre el 17 de febrero y el 17 mayo en el Museo Whitney de NY, para luego presentarse en el McNay Art Museum de San Antonio. La exhibición se centra en la influencia, relación e intercambios de los llamados tres grandes, Orozco, Rivera y Siqueiros, con los estadounidenses.
Sin duda es una exposición muy relevante en este momento, en medio de una política antiinmigrante y cuando avanza el proyecto de levantar un muro que divida los dos países. En ese sentido, dice la curadora de Vida Americana, Barbara Haskell, “la exposición demuestra el poder del arte mexicano, así como la creatividad e inspiración que son resultado del intercambio libre de ideas y personas a través de las fronteras”.
Vida Americana está conformada por más de 200 obras de más de 60 artistas, de colecciones de museos públicos y privados.
Más de 60 % de las obras son de caballete; se generaron reproducciones de murales creados en los dos países, y con recursos tecnológicos se reproducen y agrandan detalles de las obras.
Por ejemplo, explica la curadora asistente, Marcela Guerrero, se creó una videoinstalación que introduce al público al ambiente del Mercado Abelardo Rodríguez; se expondrán reproducciones de “Prometeo”, de Orozco; “América Tropical”, de Siqueiros, y de “El hombre controlador del Universo”, que Rivera hizo para Bellas Artes, tras la destrucción del mural del Rockefeller Center. Se hicieron reproducciones del mural del Museo Regional de Michoacán, “La lucha contra la guerra y el fascismo”, que crearon Philip Guston, Reuben Kadish y J. H. Langsner, en 1935.
El INBAL prestó 15 obras de los museos Nacional de Arte, Carrillo Gil y de Arte Moderno. El Museo Anahuacalli participa con el préstamo de dos de los estudios de Rivera, de 1932, para el mural en el Rockefeller Center, y otro estudio de Rivera para su serie “Retrato de América”. Otra de las grandes piezas en exhibición será un video que muestra cómo Rivera creó las obras en Detroit. Marcela Guerrero detalla: “Henry Ford, que comisionó esos murales de Detroit, estaba obsesionado por saber todos los detalles y tenía un camarógrafo que grabó a Rivera todo el tiempo; es una película hermosísima en blanco y negro”.