La cuarta edición del Festival Paax GNP cerró con el concierto matiné “Sinfonía familiar GNP”, que ofrecieron La Orquesta Imposible y la Orquesta Infantil Armonía Social en el Foro Gran Tlachco en el Parque Xcaret.
Los músicos de la Orquesta Imposible entraron, todos de negro, a la plataforma del foro. La primera parte del programa la dedicaron a escenas de George Gershwin. Arrancó con “Rhapsody in blue”, que cumplió cien años en 2025. Alondra de la Parra dio la bienvenida al pianista Thomas Enhco, quien, vestido con un pantalón rojo y una camisa azul, tomó fuerza, su piano tintineó y sus manos bailaron para mostrar las transiciones que Gershwin hizo del jazz al aliento sinfónico, los diferentes climas por los que pasaron las piezas.
De la Parra dirigió con alegría, al ritmo de cada obra en la que se reveló un carácter festivo, optimista y luminoso. Salvo por un par de filas desangeladas, los cuatro frentes desde donde el público observó tenían centenares de personas. Familias y niños ocuparon las butacas. Todos los grupos de instrumentos se unieron en una sola voz y coincidieron en el temperamento optimista, alegre y espectacular de Gershwin.
Tras una breve salida de Enhco, Alondra recibió a los cantantes Robbie Fairchild y Neima Naouri. La batería entró en los primeros segundos de “Slap that bass”. Entre los solos de batería y el tap, el programa siguió con “They can’t take that away from me”, “Let’s call the whole thing off”, “Fascinating rhythm”, “Embraceable you” y “Catfish row” antes del intermedio.
Tras la pausa, unos 150 niños y adolescentes de la Orquesta Infantil Armonía Social, tomaron el escenario. Vestidos con pantalón y camiseta azul esmeralda con la leyenda Armonía Social. En las gradas, los padres alentaban a sus hijos al interpretar la “Obertura mexicana”, de Isaac J. Merle. Artistas de La Orquesta Imposible acompañaron a los jóvenes, principalmente en las cuerdas.
Desde un cubo suspendido en el aire, arriba de la orquesta, con pantallas en sus rostros, se trasmitió el concierto. El espíritu nacional y de identidad del México posrevolucionario marcó a los jovencitos al frente de percusiones, guitarras, violines y alientos, alcanzando una calidad que muchas orquestas podrían envidiar.