La pianista Daniela Liebman (Guadalajara, 2002) volverá a la Ciudad de México dentro del Festival Internacional de Piano. En Blanco y Negro, el domingo 25 de septiembre, a las 13:00 horas, en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes (Cenart), con un repertorio que incluirá piezas de Domenico Scarlatti, Frédéric Chopin, Claude Debussy, Alfredo Carrasco y Sergéi Prokófiev.

“Estoy súper emocionada de regresar a México. La última vez que toqué en el festival fue en 2018 y me encanta el programa que estaré ofreciendo, por ejemplo, la ‘Sonata n.º 8’, de Prokófiev, que forma parte de la serie Sonatas de la guerra, que el compositor escribió en 1939, en plena Segunda Guerra Mundial”, comentó.

También tocará dos sonatas de Scarlatti, “que son de mis favoritas y con las que me divierto mucho, porque es posible añadir algunas improvisaciones. Normalmente no lo hago mucho, pero cuando es así, lo disfruto”, apunta. Y le seguirán las “Baladas n.º 2” y n.º 4, de Chopin. “Sobre la segunda se dice que está basada en un poema de Adam Mickiewicz, amigo del compositor; y la cuarta, para mí, representa la tristeza de que Chopin no pudiera volver a su país (Polonia) a causa de la guerra; son piezas muy oscuras”, indicó.

También tocará Imágenes, de Debussy, y luego del intermedio ejecutará el Impromptu, de Alfredo Carrasco. “Es una obra que me recomendó (el crítico de música) Lázaro Azar cuando le pregunté qué me recomendaría tocar de piezas mexicanas, porque, a medida que aprendo más y más, tengo interés de familiarizarme con el repertorio mexicano y ésta me encantó, porque si bien Carrasco nació en Culiacán, creció y se formó en Guadalajara, entonces, hay ahí una conexión personal”, comenta.

¿Cómo describiría el sonido Carrasco?, se le pregunta a la joven intérprete que debutó a los ocho años con la Sinfónica de Aguascalientes y a los 11 en el Palacio de Bellas Artes. “Suena mucho a Chopin y tiene algo de Manuel M. Ponce, ya que él y Carrasco vivieron por la misma época, en ese periodo romántico. La pieza es casi un nocturno, excepto por ese elemento de fantasía, que es espontáneo, apasionado y muy mexicano, es una combinación de lo europeo y lo mexicano”, describe.

¿Cuál es la pieza más compleja o que implique un mayor esfuerzo de memoria del repertorio que interpretará?, se le cuestiona. “Diría que la de Prokófiev, porque es básicamente un laberinto. Son 35 minutos (de interpretación) en los que consumes una gran cantidad de energía física, espiritual y te roba el aliento. Pienso que mi meta como intérprete es que cuando termine esa pieza —y por eso la puse al final— el público sienta la obra como una experiencia. Para mí, es la sonata más intensa de Prokófiev, donde se escucha lo que pasa después de la guerra y cómo te afecta psicológicamente el dolor, la incertidumbre y el pánico sobre lo que viene; espero poder comunicar el 2 % de eso”, plantea.

Finalmente, la pianista, que hace unas semanas cumplió 20 años, habla de su acercamiento a la obra de George Gershwin, en especial con “I got rhythm”, y a otros géneros musicales, como el jazz. “Tengo interés en aprender otros géneros de música, pero no para que se vuelva parte de mi carrera, porque la música clásica es donde me siento conectada y siempre quiero seguir con eso. Sin embargo, la música es un lenguaje muy fluido y creo que mientras más maneras tengas de comunicarte, más fluido es el lenguaje para ti”, concluye la intérprete, que realiza sus estudios en el Conservatorio de la Juilliard School of Music, en Nueva York.