La noche comienza a ser vieja, el sol que iluminará el nuevo día comienza a dar rayos de luz que vuelven al cielo de un color rojizo, las familias comienzan a preparar todo lo que llevarán al panteón, la luna estará llena de vida, desde su interior el conejo vigilará todo lo que suceda a través de su resplandeciente fondo blanco.
Desde las calles comienzan a escucharse los pasos de las primeras familias que acuden a las bóvedas donde descansan los restos de quien un día fue un ser vivo pero que tuvo que partir y dejar un hueco muy difícil de llenar.
El atole caliente, los tamales saliendo de la olla; se alistan los trastes y vasos donde más adelante se compartirán los alimentos, cigarros, aguardiente y uno que otro dulce, que se llevan al panteón pues se cree que ese día las almas vendrán a la tierra a probar lo que en vida les fascinó.
Desde días antes los mercados se vuelven un verdadero caos, pues todas las personas acuden a comprar todo lo necesario para adornar el altar que recibe el día 1 de noviembre a las almas pequeñas, o los angelitos como también se les conoce. Ese día la mayoría de los platillos no llevan picante, ya que es comida para niños.
También se puede escuchar a los niños cantar. “Somos angelitos que del cielo bajamos, pidiendo calabacita para que comamos”, dicen los pequeños, quienes ahora portan máscaras y disfraces, uno que otro de alguna película de terror hollywoodense. Esa misma noche se suelen escuchar historias que hablen de fantasmas, contadas quizás por algún tío, abuelo o papá.
De este modo se vive hoy en día una de las tradiciones más arraigadas de México y que sin duda, al igual que el Día de las Madres y el de la Virgen de Guadalupe, es una fecha que de ninguna manera pasará inadvertida para la comunidad mexicana, que se desvive por consentir una vez al año a sus seres queridos.
El altar de la casa luce como un verdadero menú de restaurante. Generalmente es hecho de tres pisos que se adornan con pan de muerto, agua, calaveritas, dulces regionales, frutas y uno que otro platillo. En la parte superior se cuelgan las fotografías y un poco más arriba se adorna con papel picado. En el suelo se riega juncia, un poco más adelante se coloca el sahumerio y en algunas ocasiones se añade una cruz elaborada con flor de cempasúchil.