Un lucimiento interpretativo glamoroso de Meryl Streep, actriz que borda un papel modulado con acierto en muy diversos rangos, ya sea ofertando aposturas tiránicas o trazos humorísticos dentro de una cruel y calculadora actitud profesional.
Su personaje, en confluencia con el de una Anne Hathaway azorada en su honestidad e identidad personal, se convierte en el eje básico de una historia que no se eleva de la superficialidad y no incide en la sátira de un ambiente artístico y laboral retratado de forma caricaturesca con tiranteces jerárquicas y ridículas preferencias estéticas. Tampoco remonta con suficiencia el trillado aspecto melodramático con el que termina revistiéndose un cuento de hadas de alta costura con aspiraciones de estilización a lo George Cukor.
Nos encontramos ante un filme que no ataca ni favorece realmente a todos aquellos movimientos sensacionalistas que demandan e indican la forma de vestir, pues no cuestiona la iconografía que representa el vestirse según las tendencias del momento. La cinta se encuentra en un punto neutral que se define paulatinamente al pasar los minutos; sin embargo, esto solo es el inicio de una gran trama que se nota entretenida, fugaz e interesante.
El diablo viste a la moda cuenta con un guión intrépido, no solo por estar basado en el bestseller The Devil wears Prada, escrito por Lauren Weisberger, exasistente de la intocable Anna Wintour, directora de la famosa revista Vogue, sino también por el magnífico dibujo de sus personajes y el delineamiento del pesado ritmo laboral que se lleva en estas instituciones, asunto que sin mucho interés nos lleva a hojear alguna vez aquellas bizarras revistas de renombre, sin preguntarnos lo que se esconde detrás de aquellas páginas.
La historia se centra en una chica nueva en el contexto laboral, en busca de un buen trabajo en algún periódico como escritora, pero que ha sido vinculada a un ambiente que no se esperaba y para el cual no estaba preparada: el mundo de la moda, el cual gira en torno a la imagen superficial de las personas, el saber vestir según lo que se encuentra en boga, la gallardía y lozanía de cada una de las marcas famosas en este ámbito (Prada, Manolo Blahnik, Dior, Dolce & Gabbana, Roberto Cavalli, Oscar de la Renta, Gucci, Chanel, Calvin Klein, Versace, Louis Vuitton, Hermès…). Por tal razón, los que se encuentran vinculados de alguna manera con este medio podrán disfrutar el espectáculo, y los neófitos en el asunto catarán un platillo quizá desconocido pero agradable para sus paladares.
La mayor virtud del filme indudablemente se remite a la inigualable Meryl Streep, cuya interpretación es sublime. También tenemos a su complemento ideal para esta cinta, Anne Hathaway, una chica cuyo talento la colocó de inmediato como una de las grandes promesas de Hollywood. Ambas actrices embellecidas indudablemente por un vestuario impecable y elegante.
El montaje se nota acertado. Los minutos se pasan volando a pesar de su duración. El director David Frankel supo amalgamar el drama con la comedia, un éxito poco conseguido en estos días. Quizá El diablo viste a la moda no sea un título digerible para todos, esto tal vez por el debate ancestral entre la belleza interna y la externa. No obstante, un aspecto muy rescatable de esta película es que se expande más allá de esta cuestión, instalándose en otros puntos como el equilibrio laboral, social, emocional y familiar que tienen que llevar las personas en la vida cotidiana.