Es 2020. Toda la atención de la comunidad cinematográfica en México está puesta en una residencia de Guadalajara, donde un pequeño grupo de creativos es una suerte de conejillo de indias.

Habían pasado cuatro meses desde la llegada del covid-19 al país y que la industria audiovisual se detuvo de golpe ante el riesgo de contagios. No había vacunas y seguía siendo poco clara la manera precisa en que el virus se esparcía y afectaba al humano.

Carla Hernández (Rosa diamante), Frank Rodríguez (Verde, azul o café), y Salvador Zerboni (Rudo y Cursi) no lo pensaron dos veces cuando fueron invitados para formar parte de la primera película que osaba rodarse en plena época dura de pandemia bajo el título Retrato familiar.

Si el director Omar Velasco quería algo en escena, lo comunicaba a su asistente que debía encontrarse a dos metros, y este a su vez a otra persona a igual distancia, hasta que la instrucción llegara al set. Muchas caretas empañadas y cubrebocas humedecidos era el costo de eso, y protocolos duros.