¿Cuánto tiempo se tarda en despedirse de un primer amor? ¿Cómo se supera una ruptura? Son las dos preguntas que se plantea la serie El tiempo que te doy y a las que su protagonista, Lina, le da respuesta: “Cada día pensaré un minuto menos en él y así será un minuto menos de tristeza”.
Nadia de Santiago tenía ya amplia experiencia en televisión cuando la aceptaron para ser una de las protagonistas de Las chicas del cable. Tras finalizar su participación en dicha serie de Netflix, la actriz decidió prolongar su vínculo con la plataforma con El tiempo que te doy, una miniserie que ella misma ha creado junto a Pablo Santidrián e Inés Pintor.
Eso sí, no es una miniserie al uso, ya que han aprovechado su experiencia en el campo del cortometraje para abordar su premisa desde una perspectiva bastante peculiar. Y es que durante los 10 episodios de 11 minutos de duración cada uno se va saltando entre el feliz pasado y el doloroso presente, con una presencia cada vez mayor de lo segundo, mostrando así el proceso de duelo y superación.
Un estimulante juego narrativo
Suele decirse que el tiempo todo lo cura y esa una de las ideas que explora El tiempo que te doy, ya que es el principal aliado Lina, el personaje interpretado por Nadia de Santiago, para superar su ruptura con Nico (Álvaro Cervantes), su primer amor. Eso es algo que encuentra su reflejo en la narrativa utilizada, algo que los guiones de la saben ajustar de forma más que notable a la naturaleza episódica del formato.
Cada capítulo va aportando nuevos detalles tanto a lo que unió a Lina y Nico como a lo que precipitó su ruptura. De esta forma, la historia arranca centrándose de forma exclusiva en ellas y va abriendo el abanico a otros personajes según pasan los episodios y empieza a haber hueco para algo más, lo cual no quita para que sea un proceso de lo más complicado.
Eso es lo que habilita ese juego narrativo que la serie maneja con soltura, integrando con acierto los saltos temporales en lugar de limitarse a mostrarnos ahora estamos en el presente y ahora en el pasado. Ahí El tiempo que te doy fluye, logrando una sinergia con los propios pensamientos del espectador sobre cuándo algo provoca la llegada de un recuerdo ahora especialmente doloroso.
Como era de esperar, el eje de la serie es ella, lo cual permite nuevamente mostrar esa dulzura que se ha asociado desde siempre a Nadia de Santiago, pero desnudándose de todo artificio para dejar al descubierto su lado más cercano y frágil. Esto hace mucho más fácil al espectador ponerse en su lugar y que las emociones discurran por igual tanto para ello como para nosotros.
En algunos momentos remite, desde unas coordenadas infinitamente más modestas, a la película Eternal sunshine of the spotless mind, de Michel Gondry, en su retrato del complejo vínculo que mantenemos con el recuerdo de una persona querida después de que se acabe la historia de amor.
Te conquista desde la sencillez
Todo eso se consigue desde la sencillez y la naturalidad, tanto en los diálogos de sus protagonistas, que realmente se sienten como algo que una pareja podría decir en cada uno de los diferentes momentos en los que se encuentra, como en el trabajo de puesta en escena de Santidrián y Pintor, aunque ahí sí se nota cierta tendencia a embellecer la imagen, asociado siempre a las emociones que buscan transmitir y la intimidad del momento en lugar de caer en artificios innecesarios.
Otro logro inesperado de la serie es que sabe transmitir muy bien el paso del tiempo, ya que nos cuenta tanto la ruptura y el proceso de duelo como el inicio del romance y cómo todo acaba deteriorándose. No son pocas las obras que fallan en este punto y aquí logran hacerlo sin perder la frescura y con una duración de lo más ajustada.
Cada episodio se siente como un momento bastante concreto y una consecuencia más o menos directa de lo anterior en ambas líneas temporales, logrando además una peculiar armonía, ya que está claro que en el pasado transcurre mucho más tiempo que en el presente.
La resolución cerrada
Otro elemento interesante de El tiempo que te doy son los finales de episodio. Lejos de acabarse con un cliffhanger o similar que fije la atención del espectador y predisponga el estado de ánimo, concluyen con pillow shots del paisaje, planes sin una voluntad de significación dramática que permiten que las emociones se aireen. Un recurso que, por cierto, ya aparece en la serie de rupturas sentimentales por excelencia, Secretos de un matrimonio, de Ingmar Bergman. Excepto en el capítulo final, en el que se opta por una resolución cerrada que contraviene a todo aquello que la serie se supone que defiende a lo largo de sus 109 minutos anteriores. Después de seguir el proceso de la protagonista para olvidar a su ex y aprender a vivir sola, El tiempo que te doy cae en la escena final en un pensamiento mágico propio del romanticismo más ramplón.
La cereza en el pastel es el trabajo de su reparto, donde, obviamente, sobresalen Nadia de Santiago y Álvaro Cervantes. Los dos abordan sus interpretaciones desde lo cotidiano, dejando de lado las grandes explosiones dramáticas, y eso que la serie arranca justamente con la ruptura, para transmitir mucho con poco. Eso sí, queda la duda de si hacer lo mismo desde la perspectiva de él no sería el complemento perfecto para tener un dibujo realmente completo de lo sucedido.
Ante la multitud de series que llegan cada día a Netflix, la frescura y lo novedoso a la hora de plantear cómo contar su historia hacen de esta una rara avis dentro de la plataforma de streaming. Porque ficciones que han contado un proceso de divorcio o separación hay muchas, casi desde que existe el cine, pero resulta tan sencillo identificarse con los protagonistas de El tiempo que te doy que eso ya marca una diferencia importante con cualquier otra producción que haya explorado esa fase por la que definitivamente todo el mundo ha tenido que pasar. Hay lugar para el cambio de casa, para buscar una nueva afición o para volverse a ilusionar.