Al sur de la ciudad, en su casa, que en cada rincón revela pruebas de una vida dedicada al arte —un cuadro de Chucho Reyes, un retrato de Bach, instrumentos, libros, premios—, el guitarrista, compositor, arreglista y maestro Gerardo Tamez (Chicago, 1948) habla de una línea fundamental en su carrera: la multiculturalidad.
El 5 de junio, Tamez fue anunciado como ganador del Premio Nacional de Artes y Literatura 2024 en la categoría de Bellas Artes. De su paso por el grupo Los Folkloristas (1966-1979) a su proyecto actual, el Ensamble Tierra Mestiza, ha habido ciertas inquietudes que han marcado su vida y su trabajo.
Del entusiasmo por el premio, el cauce de la plática toma otros rumbos: la relevancia de Los Folkloristas como plataforma rumbo a la composición, el hecho de haber nacido en Estados Unidos, el peso de la investigación al crear, la necesidad de autoafirmar la identidad y las respuestas ante la música que representa la narcocultura.
¿Cómo se siente por el premio y en qué momento llega?
Me siento muy feliz porque es un reconocimiento que justamente coincide con mis 60 años de estar en este camino. Además, es un camino donde siempre he tenido cercanía con la música que hacemos en este país; desde la gente anónima que la hace, por ejemplo, en el folclore y la música popular. Ese ha sido un gran legado para mí. Y desde luego ha sido fundamental mi experiencia con el grupo Los Folkloristas, con el que estuve 13 años y del que fui uno de sus miembros fundadores.
El lenguaje que utilizo tiene mucho de esas experiencias porque no solo he tocado los instrumentos, sino también investigué este tipo de música, conocí a los músicos que la hacían. Ha sido una gran herencia, un gran legado que, de alguna manera, proyecto en lo que hago. Estoy muy agradecido, desde luego, por haber sido acreedor a este premio.
¿Cómo se alimentan entre sí la interpretación, la composición y la docencia en su trayectoria?
A través, claro, de nuestro principal tema: la música. La docencia ha sido muy importante, en el sentido de que también he aprendido mucho de mis alumnos. Es decir, les enseño y luego ellos preguntan, quizá son cosas que yo no había visto, entonces me hacen estudiarlas, me hacen aprender. He tenido que familiarizarme con los softwares de computadora. Yo he tenido que aprender también eso. Ellos han sido, también, grandes maestros. En la interpretación, yo empecé más como guitarrista, como concertista y en el camino empecé a hacer composición. Aunque ya tenía un par de composiciones antes, prácticamente la obra Tierra mestiza fue un detonante, algo definitivo para que yo me empezara a dedicar a la composición. Esto fue en 1976, en una presentación de Los Folkloristas en el Palacio de Bellas Artes.
Usted nació en Estados Unidos, ¿cómo piensa que ha influido esta doble raíz en su visión artística y la forma de abordar la identidad musical en México?
Nací en Estados Unidos siendo hijo de padres mexicanos. Mi padre trabajaba en el consulado mexicano, así se dieron las cosas y yo nací allá. Viví allá en mi primera infancia, inclusive llegué a ir a la escuela un par de años, en la primaria, y luego me cambié para acá. Para mí ha sido muy importante en el sentido de que el folclor representa un sentido de pertenencia. ¿Por qué? Porque nací en otro país, pero viví en este, que es el que ha sido mi casa.
Mi familia estaba dividida, a veces vivía con mi papá, con mi mamá, con unos tíos, con los abuelos; a veces estuve en muchas escuelas, particulares, públicas, religiosas, no religiosas, de todo. Atribuyo a esta cuestión de atracción, a esa necesidad del sentido de pertenencia, que yo perciba y sienta el folclor de México. En un artista cambia mucho el proceso de trabajo cuando se hace investigación. Pienso por ejemplo en la conexión que pueden trazarse entre el son jarocho y la música barroca.
En México hemos tenido un movimiento nacionalista en los años 40, 50, que fue algo muy importante porque nos ayudó a buscar las identidades. Pero digamos que esa faceta ya ha pasado. Nuestra música no es nada más de nosotros, nuestra música ha ido y venido; de hecho, uno de los discos del ensamble Tierra Mestiza —del cual soy director y fundador— se llama Ida y vuelta porque hacemos el resultado de estos viajes de ida y vuelta. El Barroco español o, en general, el Barroco europeo llega a México, y aquí se transforma; luego va de vuelta y luego, otra vez, de ida, otra vez de vuelta.
Pensamos que el Barroco es nada más de Europa y no, al Barroco también aportamos nosotros. Si pensamos en Santiago de Murcia, compositor barroco, él tiene un fandango y aquí tenemos un fandanguito, en el ensamble lo que hacemos es tocar esa música junta, tocar con la guitarra barroca. La jarana es casi idéntica a la guitarra barroca, lo cual es maravilloso porque ya no nos circunscribimos a una sola región o a una sola cultura. Nuestras culturas tienen mucho que ver entre sí.
¿La investigación de la mano del trabajo creativo sirve para borrar fronteras impuestas por la historia?
Definitivamente. Hay grupos ahora como Hespèrion XXI de Jordi Savall; en México está Tembembe Ensamble Continuo, y hay varios grupos que ya están haciendo esto. Es algo que el público escucha como natural. Por otro lado, ahora estamos incursionando también en la música árabe con el Ensamble Tierra Mestiza.
¿Cuál es el mayor reto para la música de concierto con raíces mexicanas y la tradicional?
Traducir o interpretar el estilo a partir de una partitura que está escrita, hacer el estilo de la música que queremos. Para eso creo que es importante que uno se abra a otros horizontes, no solo escuchar la música clásica, barroca, contemporánea o de vanguardia, sino abrir todas estas cuestiones. El mayor reto es apropiarse de lo que ya es nuestro y dejar que trascienda de la mente al corazón.
¿Se va a volver una resistencia?
Sí, son muy importantes estos movimientos. Nuestra cultura es muy profunda, trasciende ideologías, movimientos de mercadotecnia, a veces está oculta, pero no está perdida, está por ahí y en algún momento surge, cuando las circunstancias lo permiten.