Pocos grupos han provocado tanto desconcierto como Ghost. Cuando la banda sueca, liderada por Tobias Forge, irrumpió a inicios de la década de 2010, apareció con un concepto escénico inusual: músicos enmascarados, los Nameless Ghouls que acompañaban a un Papa de rostro pintado y túnicas litúrgicas que mezclaban el sonido de guitarras distorsionadas con misas oscuras. Para muchos, la etiqueta fue inmediata: “satánicos”.
Las cruces invertidas, los rituales teatrales y la imaginería religiosa han causado indignación.
No faltaron los sectores conservadores y religiosos que los acusaron de blasfemos, aunque, en lugar de frenar su ascenso, la polémica solo aumentó la curiosidad. “No creo que todos deban ser ateos estrictos. El reto está en encontrar equilibrio, algo que la religión lineal suele negar al decirte que solo obedezcas y todo estará bien. Y eso no es verdad”, dice Forge.
“Si hablamos de historias inventadas, creo tanto en la Fuerza de Star Wars como en cualquier religión. Debe existir algo, un continuo cósmico, un equilibrio con el que a veces estamos en sintonía y otras no”, añade retador.
El líder y mente detrás del proyecto asegura que esa lectura de “satánicos” es superficial.
Para él, lo que late en el corazón de sus canciones no es el mal, sino la forma en que los humanos nos relacionamos con la vida, la muerte y lo que hay entre ambas. “El mensaje real es que deberías pensar por ti mismo, no tener miedo de sentir cosas. Y nunca dejes que alguien te engañe haciéndote creer que tiene la respuesta sobre lo que pasa después de la muerte, solo porque lo leyó en un libro que escribió una persona, no un dios”, dice.
Quince años después, la teatralidad que antes parecía condenarlos se transformó en su mayor virtud.
El éxito es tal que regresan a la Ciudad de México para tres noches consecutivas en el Palacio de los Deportes, el 23, 24 y 25 de septiembre, prueba de que su propuesta conecta mucho más allá del estigma.