El mundo fantástico de las películas del mexicano Guillermo del Toro, nominado a 13 premios Óscar por su cinta La forma del agua se fraguó entre cómics, insectos, quiromancia y la amistad con maestros que se convirtieron en sus guías durante sus primeros años de vida.

Con 12 años, el joven Guillermo del Toro era ya un aficionado a las historietas, a esculpir muñecos en plastilina y al cine de terror, dice Daniel Varela, quien fue su maestro del primer grado de secundaria en el Instituto de Ciencias, una escuela jesuita de la ciudad de Guadalajara (oeste de México).

Hijo de un empresario y una aficionada al tarot y la quiromancia, a corta edad Guillermo del Toro poseía una “considerable” colección de cómics incluso de anime japonés, un género poco conocido por aquella época.

En especial admiraba al ilustrador del género de terror Richard Corben y gustaba de películas como Carrie, de Brian de Palma, y La niebla de John Carpenter, además de la literatura de Stephen King, afirma Varela.

El profesor fue uno de los primeros que impulsó la creatividad y el talento cinematográfico del joven, a quien lo une una estrecha amistad desde hace 38 años.

Desde el primer día se dio cuenta que el chico era “un líder” natural que pronto mostró su avidez por aprender e involucrarse en todo tipo de proyectos, sobre todo “los que tenían que ver con el teatro, la animación, la literatura y el cine”.

Ya en preparatoria Del Toro y sus compañeros grabaron Pesadilla 1, un plano secuencia filmado en el Instituto de Ciencias en que una mano pegajosa sale del excusado y ataca al intendente. Este cortometraje es el primer trabajo estudiantil del ahora reconocido director.

Varela recuerda que Del Toro era un chico “con mucha espontaneidad” y que desde adolescente lo caracteriza “la calidad y calidez humana”. A Del Toro le gustaba también coleccionar insectos, experimentar en él mismo con maquillaje de fantasía y comer, dice en tono de broma Anne Marie Meier, quien fue su compañera en el colectivo Cine Crítica.

El grupo reunía a unos 40 “maestros, estudiantes y amigos apasionados del cine”, y Del Toro participaba en los debates y de ayudante en la programación y exhibición durante los ciclos de cine que tenían en diferentes foros culturales. 

La crítica cinematográfica de origen suizo y radicada en Guadalajara cuenta que una vez Del Toro llegó a una sesión del grupo con una caja en que contenía cucarachas. Tomó una de estas, la mostró y dijo que la había medido y por fin había encontrado “a la cucaracha más grande de Guadalajara”, recuerda Meier con una sonrisa.

Una tarde, cuando tomaba un curso de guión con maestros de Cine Crítica, Guillermo llegó con una mano ensangrentada y la piel cayéndose a pedazos. No era que se hubiera accidentado sino que tomaba un curso por correspondencia con maestros de efectos visuales de Hollywood como Stan Winston y estaba experimentando lo aprendido.

“Le dio muchísima risa de que nos asustáramos porque de veras aquella cosa tenía un aspecto espantoso, como de cine de horror. Así nos sorprendía día a día con una ocurrencia o un maquillaje”, cuenta Meier.