Guillermo Fadanelli estrena novela con Almadía
El escritor Guillermo Fadanelli nació en la Ciudad de México en 1960 . Cortesía

Guillermo Fadanelli ha construido una novela a partir de un personaje marginado e idealista, un desencantado y pesimista que se parece mucho a él: Esteban Arévalo, el protagonista de su nueva novela, El hombre mal vestido (Almadía, 2020); a través de su historia da cuenta de su relación con Tacubaya (el barrio donde estudió en la escuela militarizada), de su apego a la Ciudad de México (a la que llama la Gran Fosa Común) y de su postura resignada ante la vida.

El narrador y columnista se define como un socialista escéptico, un pesimista que a modo de despedida afirma: “No me preocupa contagiar de coronavirus, pero sí de pesimismo”. Tampoco se asume un resignado, como su protagonista, aunque sí lo es: “La resignación es una de las más altas virtudes del ser humano”, apunta. “Soy un peleonero profesional”.

Vestido con su clásico overol y de sombrero, Fadanelli reflexiona sobre las responsabilidades de la sociedad y su inacción, apunta las desigualdades mayores que traerá la pandemia, la incertidumbre que ha generado; y aunque habla sobre todo de la ciudad como selva urbana y del ser humano como entes anodinos a quienes no les apura la rebeldía, critica la falta de compromiso de los políticos, su apasionamiento por hablar más que por actuar y asegura que les falta ponerse el overol e intentar modificar la dirección de las instituciones y de la moral pública.

¿En la novela hay un barrio, una ciudad y una vida?

La historia de mi vida está relacionada a la historia de la ciudad, pienso que pasear es pensar; el vagar, el andar, el hacer largas caminatas me empuja hacia la reflexión, hacia la observación de mi entorno, pero ya no puedo en este momento tomar una perspectiva sociológica con respecto a la Ciudad de México, en la Ciudad de México solo se sufre, se sobrevive en ella y si tienes suerte obtendrás algunas pequeñas dosis de placer.

¿Esteban Arévalo muestra los rencores de una ciudad y una sociedad?

A final de cuentas la novela es una reflexión acerca de uno mismo. Esteban como yo mismo, como Guillermo, siempre me pregunto: ¿quién he sido?, ¿por qué tengo el derecho de continuar utilizando un mismo nombre si esa persona se ha ido transformando con el tiempo?, la experiencia nos convierte en otros. Compararse con los demás es el principio de la infelicidad porque nunca serás como el otro, estás en la cárcel del yo y esa cárcel también cambia con el tiempo.

Esteban quiere desaparecer, perderse entre las multitudes, abomina la idea del éxito, le atrae la idea de ser un cero a la izquierda, piensa que cada movimiento, cada acción civil que lleve a cabo terminará hiriendo a los demás y entonces hay una especie de suicidio constante de su yo, de su persona; para él, el pasado es un mito que construye a través de un relato.

¿Hay una ciudad y un país con su realidad social, política y cultural?

Mi novela ha sido una isla en la que me he refugiado, la escritura, la conversación, porque sin conversación no hay tejido civil. Para mí, los gobernadores, presidentes, diputados y demás son empleados, son criados de la cosa pública, lo único que tienen que hacer es llevar a cabo bien sus funciones. Sus acciones hablarán por ellos, no son Mesías, no necesitamos Führers, no queremos salvadores sino simplemente que hagan bien su labor, no es que los desprecie pero para mí son empleados que se llevan gran parte de nuestro tiempo, de nuestro cuestionamiento, de nuestra capacidad crítica.

¿Los políticos siguen sin asumir su compromiso?

Las acciones son sus palabras. Vivimos desde hace décadas en una política sobrehablada que, además, se ha separado de su compañera natural que es la ética, la moral pública, la reflexión sobre el otro, la rebeldía ante la abusiva y nociva distribución de la riqueza no nos carcome, cómo es posible que nos dejemos de hacer esas preguntas, no podemos vivir en sociedad sin una mínima justicia; y que los empleados públicos, funcionarios, presidentes, gobernadores hagan su trabajo, que hablen menos y trabajen más, hay que ponerse el overol e intentar modificar la dirección de las instituciones y de la moral pública.