Octavio Paz (1914-1998) era un hombre de pasiones, no sólo de ideas, “era un hombre que convertía sus pasiones en ideas y viceversa”, advierte el escritor e investigador Guillermo Sheridan (1950).
Por esta razón, el estudioso de la poesía mexicana comienza el segundo tomo de sus ensayos sobre la vida del poeta, traductor y diplomático, Habitación con retratos (Era/Conaculta), con textos filosóficos sobre la ira y la risa, la sonrisa y las malas palabras, el lenguaje como violencia y cómo la elocuencia puede generar furia.
“Todo eso está en la poesía de Paz a primera vista. No es que yo haya descubierto nada extraordinario”, afirma en entrevista el catedrático de la UNAM.
A 11 años de la publicación del primero de los cuatro volúmenes que integrarán este proyecto, Poeta con paisaje (2004), llega a las librerías este título que continúa examinando la vida del Nobel de Literatura 1990 a partir de su obra.
Los ensayos de la primera parte del libro tienen algo en común, el cuerpo. El cuerpo no solamente como un padecimiento fatal de la biología, la osamenta, el músculo y la sangre, sino como productor de significados. El cuerpo que tiene sus propios lenguajes, sus lenguajes anómalos, particulares, los más arcaicos.
“La forma en que la iracundia convierte al cuerpo todo en una boca, en un arma, en un cuchillo. Los ruidos y las formas del deseo cuando el cuerpo se apodera de nosotros y nos lleva a donde él quiere, que suele ser muy deleitoso y arriesgado. La forma como los cuerpos se comunican entre ellos, se miran, se desean, se aborrecen”, describe.
Para el autor de Árbol adentro, agrega Sheridan, “la poesía no es exclusivamente la cosa linda, la flor desmayada, el párpado soñoliento. La poesía es también la mierda, la saliva, el semen, la lágrima; todos esos humores extraños de los que se viste nuestra alma”.
Es decir, la ira y la furia, pero también el goce y la tristeza, el amor y el erotismo, la muerte, fueron disparadores del quehacer poético del autor de Piedra de sol y Pasado en claro.