El recuerdo de su madre leyéndole Lilus Kikus, de Elena Poniatowska, antes de dormir acompaña a Adriana Kupijy Vargas. Para ella un libro es una “ventana para ver al mundo de una forma diferente, para soñar”. Ahora tiene 21 años y esta memoria la ha llevado a iniciar una red de bibliotecas comunitarias en la sierra mixe de Oaxaca, de donde es originaria, a tres horas de la capital de ese estado.

La magia que guía a este proyecto puede entenderse por un concepto mixe: “Ja wejën J kajän”, que puede traducirse, de acuerdo con palabras de Kupijy Vargas, en “desenvolver todas las capacidades en beneficio de la comunidad”. Ella está convencida de que “la educación es el agente transformador de cambio”.

Su padre, artista gráfico y grabador de profesión, y su mamá, maestra de educación especial para niños indígenas con discapacidad, fomentaron el hábito de la lectura en la estudiante de Pedagogía, quien tenía dislexia y por ello aprendió a leer a los siete años. La lectura ha forjado su manera de ver el mundo; mientras que la televisión le fue ajena muchos años. Afirma que durante su infancia no vio tele porque no tenía. “Mi único entretenimiento eran mis libros. Si me castigaban, me los quitaban”, dice entre risas. Las bibliotecas han marcado a la joven. Recuerda acudir a una llamada BS, en la ciudad de Oaxaca.

A partir de este acercamiento comienza a concebir a estos centros de lectura como “un espacio para fomentar la cultura de forma activa, mediante talleres y cursos”, define. Todo comenzó el año pasado. “Me percaté de que la carrera era muy teórica y la práctica quedaba en segundo plano”, externa. La alumna de la FES Acatlán asegura que su iniciativa nace de una crisis. “Quería hacer algo por mi comunidad y me cuestioné cómo podría ayudar”, comenta.

Gracias a la acción la joven ganó el Premio Estatal de la Juventud 2019 de Oaxaca, en la categoría de labor social. Con un cartel en Facebook, Kupijy hizo la invitación a todos sus contactos para que donaran libros en buen estado.

“Solo se compartió 17 veces. Por medio de mensajes en Facebook, mamás, señores y chavos me decían: ‘Yo te apoyo con estos títulos’, lo único que pedíamos es que fueran libros no rotos y que pudieran ser de utilidad para los niños en cuanto al tema’”.

Poco a poco el propósito de la universitaria fue tomando forma, pues la idea de crear una biblioteca comunitaria llegó a oídos de la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la que le brindó parte del material bibliográfico que hizo posible el primer sitio de Ranchería Tejas, Oaxaca.

La ubicación de esta primera sede tiene un gran valor sentimental para Kupijy Vargas, puesto que su padre nació en dicho municipio y su abuela creció entre los cerros y el olor a tierra mojada de Ranchería Tejas. De acuerdo con el Sistema de Información Cultural, en México existen 2 mil 232 bibliotecas y la fundación mexicana Brigada para Leer en Libertad tiene 176 bibliotecas comunitarias registradas.

En contraste, cifras de Fomento Económico Mexicano (Femsa) destacan que existen más de 17 mil tiendas Oxxo en el mismo país. Puede afirmarse que un habitante tiene más acceso a refrescos que a un libro.

Los libros entre cerros

Aún el sol no brinda calor, son las ocho de la mañana. Aproximadamente, 20 niños de la Ranchería Tejas caminan varios minutos desde su casa para llegar a la biblioteca comunitaria con Kupijy, quien les lee cuentos mientras ellos dibujan criaturas fantásticas, habitantes de esas narraciones con la donación de crayones y colores, proveniente de algunos de sus amigos. Cada usuario cuenta con una credencial hecha con hojas de cuaderno. La fotografía fue dibujada por cada uno. Al principio no se llevaban libros, pero al pasar los días se dieron cuenta de las facilidades que significa caminar con un libro a casa.

Kupijy cuenta: “Pensé: ‘Vamos a hacer una biblioteca como un centro de cultura, fomento a la lectura y de fortalecimiento para la identidad, porque los conocimientos de las comunidades no son valorados y son invisibilizados’”. Desde su adolescencia, la enseñanza le ha tocado los hombros. Fue cuidadora de niños.

Entre muros pintados de amarillo y rosa, sin cristales en las ventanas, los niños se sientan a la mesa en este centro de lectura, ubicado a un costado de la cocina comunitaria. Nadie se quita los abrigos, pues el termómetro marca seis grados, pero la sensación térmica dice que son cuatro. Las mejillas rosadas de los niños dan testimonio. Rosario Castellanos escribió: “Para el amor no hay tregua”; tampoco para el aprendizaje.

Los libros están acomodados por secciones, en muebles con repisas de madera pegados a las paredes. En algunas partes estos lucen su silueta recta; en otras, se caen porque les faltan algunos otros que puedan fungir como soportes. La adolescente hizo la clasificación del material junto con su hermana, pues, afortunadamente, eran demasiados para ella sola, de tal forma que fue necesario el apoyo del regidor de Tlahui en ese momento, Crisóforo Gallardo, quien gestionó el transporte para llevar los muchos libros que no cupieron en las valijas de Kupijy.

Afirma que el objetivo principal de esta red bibliotecaria es “descentralizar la información, pues, aunque existe el derecho a la educación, no hay nada que lo garantice para todos los niños del país. Aquellos que viven en zonas rurales se ven desfavorecidos en este aspecto. La cabecera municipal cuenta con una biblioteca, pero ¿qué pasa con las comunidades más alejadas?”.