Heredero de la tradición pictórica de Eugenio Landesio, José María Velasco y Luis Nishizawa, el artista mexicano Jorge Obregón se ha dedicado a estudiar y explorar el paisaje, a capturar la esencia de la luz con el pincel, pero no desde su estudio, sino desde la cima del Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Nevado de Toluca, en esos sitios ligados con el mundo prehispánico.

Así lo presenta la muestra “Un retrato del tiempo”, que abrirá en el Museo Kaluz, integrada por más de 50 pinturas y una estela prehispánica —hallada en el Nevado de Toluca, que fungió como calendario— que conforman un proyecto de luz y tiempo.

“Luis Nishizawa siempre decía que el paisaje es poesía y eso es muy cierto, porque al final la poesía está en la naturaleza y es una fuente de inspiración bella y perfecta que uno, como pintor, tiene el reto de imitar y recrear”, dice Obregón.

Esta exposición, abunda el artista, plasma el recorrido temporal que configura el calendario agrícola del mundo prehispánico, que iniciaba cada 12 de febrero, y para lograrlo Obregón debió contemplar el horizonte desde distintas montañas a lo largo de tres años.

“La idea fue recopilar y rescatar todo el conocimiento ancestral prehispánico sobre cómo se medía el paso del tiempo, a partir de la posición del sol en el horizonte, desde adoratorios prehispánicos tallados con petrograbados y junto a esa tradición agrícola que aún se mantiene en alguno sitios”, asegura.

¿Cuál es la búsqueda de este proyecto?, se le pregunta a Obregón. “Rescatar un conocimiento ancestral prehispánico y conjuntarlo con mi quehacer pictórico, que implica pintar en vivo y al aire libre, con el conocimiento de la paleta, el color, la atmósfera y la luz utilizarlo para demostrar la erudición prehispánica”, responde.

¿Por qué en su trabajo no se aprecia la humanidad? “Lo que quiero representar es la dramaticidad de la naturaleza por sí misma, esa dramaticidad tectónica de los volcanes y de las montañas, de la erosión, del agua y la vegetación. Es por eso que no quiero que haya ningún distractor y no pongo a la figura humana como elemento protagonista en la pintura. Sin embargo, algunos cuadros me lo pidieron y así lo tuve que poner”.

¿Qué llegó a escucharle a Nishizawa sobre el paisaje? “Había pláticas muy interesantes que se me quedaron grabadas. Por ejemplo, cuando llegábamos al campo, entre alumnos y ayudantes, el maestro Nishizawa se paraba y nos decía ‘jóvenes, ¿saben que es lo más difícil de pintar del paisaje?’. Todos nos quedábamos callados. Y entonces él decía que lo más difícil era el aire, porque es algo efímero, etéreo y poético”, finaliza Obregón.