La primera vez que José Ramón Solano (Ciudad de México, 1966) vio a un mimo fue en un comercial de televisión. Eran los años 70 y a él, siendo un infante, le pareció “muy extraño ya que hacía una pantomima jalando una cuerda y salía el nombre de una tienda departamental”. Ese primer contacto con la mímica no le causó una gran sensación, pero que años después experimentó su “revelación” artística mientras veía el Lago de los Cisnes en Chapultepec. “Ahí fue donde el arte me llamó la atención”, recuerda.

En entrevista, Solano cuenta qué lo llevó a querer ser un mimo, hoy tal vez el más destacado del país por su trayectoria e impacto: “La necesidad de expresarme y de salir del entorno en el que vivía”. Tras su “revelación” en Chapultepec, Ramón entró al taller de teatro de su preparatoria, donde acompañó a sus compañeros a las fiestas infantiles que animaban. “Un día me invitaron a una función infantil para trabajar con ellos, me maquillaron de mimo y me dijeron ‘tú haz lo mismo que nosotros y diviértete’”.

Él hizo caso al consejo: se divirtió y ya nunca apartó a la mímica de su vida. “Me gustó mucho poder expresarme sin hablar, escuchar las sonrisas y carcajadas que llenaron el salón de fiestas”, señala. “Después de eso, le propuse a un compañero del grupo que fuéramos a presentarnos al Centro y así lo hicimos el 28 de julio de 1984. ¡Fue una experiencia extraordinaria! A la gente que se nos juntó, le gustó lo que hacíamos en dúo, como interacciones con ellos y algunas pantomimas aprendidas en el grupo”.

Después de acumular experiencia a ras de suelo, el artista decidió profesionalizarse académicamente: ingresó a la Escuela Nacional de Danza Contemporánea del INBA, estudió teatro en el Foro de la Rivera, e incluso se formó en el extranjero. En 1995, viajó a Montreal, Canadá, “para especializarme en Mimo Corporal con L’Ecole du Mime de la compañía Ómnibus, a la cual conocí en un encuentro de pantomima en la ciudad de Morelia, ya que en esos años hubo un auge porque llegaba información de otros lugares a aportar conocimientos sobre la técnica del mimo”.

Su aprendizaje no se detiene. Tampoco su lucha en contra de los prejuicios, porque cree que “el hecho mismo de dedicarse al arte es un prejuicio constante… Hay personas que creen que la profesión es algo sin valor y no le dan importancia. Por otra parte, trabajar en la calle es un reto, y más cada que hay cambio de administración en la alcaldía de Coyoacán (donde suele mostrar su arte)”.

¿Qué formación puede tener un mimo en la actualidad?, se le pregunta. “Ahora, gracias al circo contemporáneo donde me he desarrollado, encontramos espacios donde entra la materia de mimo corporal. En las escuelas de teatro comienzan a ver la técnica como una herramienta para la interpretación. Actualmente hay más maestros que dan clase y hay mayor oferta de la materia”, indica.

Sobre la mímica, José dice que es “el arte del silencio y de hacer visible lo invisible. Creo que es el lenguaje universal por excelencia”. También revela cómo cuida su mejor herramienta y medio de expresión: el cuerpo. “Trato de entrenarme con distintas técnicas de movimiento y con mi propia clase, busco una alimentación lo más balanceada que se pueda y trato de buscar estados de bienestar”, dice. Del panorama actual de los mimos mexicanos, el creativo apunta que el gremio resulta “algo reducido”, pero hay un buen porvenir porque “cada vez hay más intérpretes que se interesan por la técnica del mimo”.

José Ramón Solano comparte la responsabilidad que siente ante los espectadores que aprecian su trabajo: “Entretenerlos y transformarles el día”.