Desde la mañana, cuando el sol se pone al oriente de la ciudad, por arriba de los cerros para empezar su andar imparable hacia el poniente dando en la piel como un fuego que quema lentamente, se reúnen personas de distintas edades en la colonia Rosario Poniente, para visitar la cueva del Ramillete o Joyonaqué que se encuentra más al fondo de los cerros de ese rumbo.
Piteros, tamboreos, danzantes y otras personas acompañaron al maestro Sergio de la Cruz, empezando la caminata que los llevaría al fondo de los cerros pasando por caminos de piedra caliza y suelo erosionado con pocos arboles, la mayoría de estos sin hojas.
El trayecto fue de aproximadamente unos 2.5 kilómetros para llegar a un pequeño ojo de agua donde ya se había instalado otro grupos de personas que al igual que los demás los acompañarían al recorrido de la cueva del Ramillete.
Antes se hizo una escala en un ojito de agua; ahí sobre una piedra había una cruz, la cual fue adornada con flores, joyonaqués, flor de ensarta y veladoras, por el maestro Sergio de la Cruz, quien dijo que este ritual lo hacían sus ancestros para pedir la lluvia y así augurar buenas cosechas.
Después el maestro lanzó agua bendita a todos los puntos cardinales, para que la lluvia sea pareja y tengamos buenas cosechas, según dijo. Tras esto se danzó el baile del Padre Sol, ya que los bailarines escenificaban a viejitas zoques que bailaban alrededor de la cruz sosteniendo garabatos en sus manos.
Luego se dio un descansó para almorzar, antes de iniciar el trayecto para llegar al pie de la cueva cuya entrada se encuentra en la pared del cerro, por lo que se tuvo que subir una altura de unos cuatro metros. El trayecto para ir a la cueva fue un poco difícil, por la maleza y el tipo de suelo que se pisa, pero al final todos llegaron con bien.
En la entrada de la cueva se repartieron velas, que fueron prendidas para iluminar el trayecto al altar donde se depositarían ofrendas como joyonaqués, incienso, veladoras, albahaca, manzanas y demás frutas. Dentro de la cueva no se danzó, únicamente se tocó el tambor y carrizo, mientras se hacía una fila para que los ramearan pasando uno por uno.
Ya casi a la 1 de la tarde fue cuando se dio por terminada la ceremonia de ofrenda de la petición de lluvia, y como a las dos de la tarde se llegó al ojito de agua donde se hizo la invitación para ir a comer el tradicional cochito que ofrecería el prioste.
La salida fue pesada, sobre todo el trayecto del ojito de agua al fraccionamiento El Dorado; el intenso sol daba con mucha fuerza sobre la piel, desde lo alto se podía ver la ciudad de concreto como un comal que ardía. La modernidad acaba de a poco con la naturaleza.
De este modo se dio por finalizado este ritual que se hace cada año, un domingo antes del 3 de mayo. Anteriormente era para que la lluvia diera buenas cosechas, ahora posiblemente sea para mitigar el calor que alcanza los 40 grados centígrados.