La Torre Eiffel, uno de los monumentos más emblemáticos del mundo, guarda un fenómeno sorprendente que pocos conocen: durante el verano, su altura puede aumentar entre 15 y 20 centímetros; esta variación no se debe a reparaciones ni a trucos de ingeniería, sino a un proceso natural conocido como dilatación térmica. La dilatación térmica es una propiedad física de los materiales que provoca que las estructuras metálicas se expandan con el calor y se contraigan con el frío.
El monumento, que mide aproximadamente 330 metros de altura incluyendo sus antenas, fue diseñado por el ingeniero Gustave Eiffel y se inauguró en 1889 con motivo de la Exposición Universal de París; en aquel entonces, la estructura fue considerada una proeza arquitectónica sin precedentes, y hoy sigue sorprendiendo no solo por su diseño, sino también por su comportamiento ante los cambios de temperatura. Cuando los rayos del sol calientan el metal, los átomos del hierro se separan ligeramente, provocando que la estructura se expanda hacia arriba, este aumento de altura no es perceptible a simple vista, pero sí puede medirse con instrumentos de precisión. Al llegar el invierno, el frío provoca el efecto contrario: el hierro se contrae y la torre recupera su tamaño original.
Lejos de ser un problema, este fenómeno fue previsto por los ingenieros desde la etapa de diseño; la estructura cuenta con un margen de flexibilidad que le permite resistir tanto la expansión por calor como los fuertes vientos que soplan en la capital francesa, de hecho, la torre puede inclinarse hasta 7 centímetros por efecto del viento sin comprometer su estabilidad. A lo largo de los años, la Torre Eiffel ha sido objeto de numerosos estudios sobre su resistencia y comportamiento físico, los ingenieros encargados de su mantenimiento monitorean constantemente los efectos del clima, la temperatura y la corrosión para preservar su integridad.
Más allá de su valor turístico y simbólico, la Torre Eiffel sigue siendo un ejemplo de ingeniería avanzada que combina estética y funcionalidad; su capacidad para “crecer” en verano es una muestra del ingenio humano y de cómo la ciencia está presente incluso en los monumentos más admirados del mundo. Así, la dama de hierro parisina continúa recordándonos que, al igual que la naturaleza, también las grandes obras pueden transformarse con el paso de las estaciones.












