La tradición, la voz y el cuerpo en la poesía
Gilberto Piña Vela. Cortesía

La literatura oral es una categoría que se utiliza para agrupar manifestaciones artísticas como las leyendas, mitos, cuentos tradicionales, coplas, romances, adivinanzas, corridos y cualquier otra expresión verbal con carácter estético que sea transmitida usando la voz. Esta clasificación de literatura engloba a las expresiones escuchadas, contadas o cantadas sin la intervención de la escritura de por medio.

La obra literaria es construcción de un mundo imaginario, ficticio, por medio de palabras. En este sentido, la literatura posee un doble estatuto: por una parte, es un discurso verbal, sujeto a codificaciones lingüísticas, idiomáticas, retóricas; por otra, sin dejar de ser lenguaje, es artificio verosímil. Se sostiene sobre configuraciones lingüísticas, pero no es meramente lenguaje: lo trasciende para operar en un universo discursivo no pragmático sino imaginario, de significación profunda.

En tanto lenguaje, el texto literario significa, es decir, representa la realidad mediante un sistema codificado de signos y, consecuentemente, es un vehículo de conocimiento; pero también, por ser lenguaje, comunica, o sea, se constituye en medio de relación intersubjetiva, vehículo por el que los interlocutores dialogan y se expresan.

El poder que tiene la palabra poética de encarnar ámbitos de la realidad explica la proximidad que tiene con la imagen, concebida esta como lugar viviente de encarnación de aquello que significa, así como el florecimiento, en la poesía oral, de imágenes espontáneas que evitan la aridez de los términos reducidos a una función meramente significativa de evocar conceptos universales. Se hace eco de esta realidad y por esta razón, en las culturas de predominio oral, los poetas describen su arte en términos que evocan un dominio del brote discursivo, productor de significaciones inconcebibles fuera de las formas que emplea.

En sus orígenes la poesía ha sido oral y su acervo ha sido determinante para establecer el grado de desarrollo de las lenguas, precediendo incluso a la escritura. Su manifestación ha estado vinculada a prácticas rituales, a celebraciones colectivas, a hechos históricos, al mito y a la leyenda, a las profecías y a los oráculos, de ahí su estirpe “mágica”. Los epos y los melos de la Antigüedad griega, el Mhabharata y el Ramayana de la India, las sagas escandinavas, así como los romances y cantares de gesta en lenguas romances, tienen un buen caudal de estos atributos y son de las canteras desde donde la poesía ha ido secularizándose a lo largo de la historia hasta constituirse en una práctica artística individual, según la evolución de cada cultura.

En las Américas, Asia y África aún son muchas las culturas ágrafas que mantienen su identidad cultural mediante “textos orales”. Es allí cuando el término “literatura” empieza a quedar pequeño, pues restringe su espectro a la littera (escritura). Para algunos esta frontera es insalvable pues no se sabe bien dónde ubicar a estos fenómenos, si en la esfera de lo místico-religioso, en lo folclórico, o como suele ocurrir, en una zona marginal de la producción literaria.

Al analizar el fenómeno de la oralidad, este parte de un principio evidente pero importante, que es el hecho de que la oralidad no se reduce a la acción de la voz sino que supone la acción de todo el cuerpo. Se estudia la poesía oral en situación, todo el proceso de producción que lo crea, así como el proceso en que se integra para adquirir auténtico sentido. Se resalta la importancia que el gesto asume en comunidades arcaicas que no conocen la escritura, cuando la voz le cede al gesto el papel de representar las circunstancias y el significado que asume en toda transmisión oral.

Pone de relieve la función del cuerpo y del gesto como vehículos de expresividad y otorga valor al silencio, ya que en el silencio ritual los gestos están mucho más cargados de expresión que la frase más elocuente; el silencio se muestra así como medio de comunicación y el mejor sustitutivo del lenguaje oral. Tampoco deben de olvidarse las ocasiones en que la comunicación poética reviste la forma de mimo, descargando en el cuerpo la fuerza interpretativa del discurso. Allí cualquier gesto, aparentemente desprovisto de expresión, pasa a adquirir una vida extraordinaria, llegando a constituir un verdadero lenguaje, que perfecciona al lenguaje hablado, y, en ausencia de este, puede suplirle.

La situación del hombre ante la oralidad no es meramente estética o recreadora; es una estructura vital de interrelación, inseparable de la expresividad que pueda poseer la obra e indesligable de su significado. Solo la audición intencional del que escucha, intentando comprender, puede calar en la esencia de la oralidad artística y ahondar en el espíritu.