La trinchera infinita

Cuando estalla la Guerra Civil española, un joven, perseguido por el ejército nacional, se verá obligado a esconderse en su propia casa durante 30 años. La trinchera infinita aborda el fenómeno de los “topos”, ciudadanos de ideas republicanas o con cargos políticos en la República que, para huir de la represión franquista, desaparecieron del mapa escondidos en sus propias viviendas.

En el año 1977, los periodistas Manu Leguineche y Jesús Torbado recogieron en Los topos, un libro que se convirtió en best seller además de acuñar el término, las historias de una veintena de estos “muertos en vida” que subsistieron entre 20 y 30 años, en absoluta clandestinidad y sostenidos por sus familias o amigos.

Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga (el trío de cineastas vascos que estuvo detrás de Loreak y Handia) hacen confluir estas historias en Higinio, un joven socialista, interpretado con su habitual intensidad y puntería por Antonio de la Torre, y Rosa, su mujer, a quien da vida con un sorprendente y convincente cambio de registro Belén Cuesta.

El encierro desde el propio encierro

Para dar forma al proyecto, vemos claramente que desde el principio se decidió no tomar ninguna vía de escape, no acompañar a ningún personaje fuera del encierro. Según comentan los propios directores, fue una decisión firme en el guión. En dirección se lo replantearon y decidieron ser muy escrupulosos, respetando ese encierro. Es lo que diferencia esta historia de otras películas como Los girasoles ciegos, con Maribel Verdú, y hace que sea única y sumamente rica en cuanto al desarrollo de la psicología de los personajes.

Es necesario remarcar en esta crítica de La trinchera infinita que proponer esa inmersión al espectador ha sido todo un acierto, plantando el “encierro desde el propio encierro”.

Un guión magistral

Una de las cosas que más respeto les generaba a la hora de redactar el guión era el hecho de ir a Andalucía, ya que los directores, al ser vascos, en sus anteriores películas (como Handia) le daban mucha importancia al tipo de euskera que se hablaría, y cómo tenían que comunicarse estaba siempre en su debate.

Esta vez se trataba de ser realistas y que a la audiencia se le hiciera verosímil y real escuchar a los personajes. Para ello fue fundamental la alianza de los actores y expertos que consultaron. Algo que tenían claro es que querían que los actores fueran andaluces, para que trajeran su habla y su mundo al filme: lo que han hablado y percibido en casa con tíos, abuelos…

Para la labor del guión eligieron a Luis Bermejo. Cuando surgió la idea, todavía se estaba llevando a cabo el rodaje de Handia, pero querían poner la película en marcha cuanto antes, así que Luis escribió un primer tratamiento y una primera versión y después entraron los codirectores. Se puede observar que la idea y los temas tratados conectan muy bien con el universo de Luis. Cortometrajes como La guerra y Ya no puede caminar son claro ejemplo de esto. En Rec podíamos ver el miedo de los personajes por no poder salir, y aquí el miedo de Higinio es a salir de casa.

El nivel de complejidad del diseño de producción fue muy alto debido en parte al paro en el rodaje, puesto que lo hicieron en dos partes, primavera e invierno. Además, los exteriores e interiores naturales se rodaron en Andalucía, pero el plató estaba en el País Vasco. Está claro, que para una película de presupuesto medio bajo no habrá resultado fácil semejante misión.

Agorafobia y claustrofobia

Quedan retratadas en esta película dos fobias contrarias, la agorafobia y la claustrofobia, pero acaba viviéndolas la misma persona. Durante todo el filme hay insertos que funcionan como capítulos de la evolución temporal y anímica del estado de Higinio. Estos insertos dan buena cuenta de este cambio de fobias en el personaje principal. Por ello, por la sutileza y complejidad que entrañan el guión, este merece una especial reseña en esta crítica de La trinchera infinita.