Greta Gerwig debuta en la dirección con Lady Bird, historia pequeña de descubrimiento e iniciación en clave adolescente, protagonizada por Saoirse Roman en estado de gracia. Años como escritora y actriz han preparado el camino para este genial despliegue de sensatez y amor por la historia que se está contando.
La debutante directora hace gala de madurez e intenciones, gracias a pequeños triunfos en todas las decisiones, en todos los aspectos de la película, convertida en un delicioso retrato del fin de la infancia y la llegada a trompicones a la edad adulta.
Desde luego, la premisa con la que parte esta directora y guionista no es precisamente original. Lo genial de Lady Bird es que, a partir de elementos bastante previsibles, en principio, Greta Gerwig construye una fabulosa colección de personajes y situaciones que dejan al espectador el poso de haber presenciado algo especial, diferente y orgulloso de enarbolar esa diferencia como bandera. Sin hacer excesivo ruido, sin excentricidades visuales, presentada a base de pequeños cortes de realidad.
Nos cuenta la historia de una adolescente tan extraña como se puede ser a esas edades, pero con un puntito extra de soñadora. Su mente está muy lejos de casa, con la vista puesta en la Costa Este y la época universitaria. Contestataria y algo gruñona, se enfrenta al mundo que la rodea con pequeños actos de rebeldía, como la adopción de su propio nombre, Lady Bird.
La relación con familiares y amigos, por supuesto, también tiene sus trazos de locura simpática. En especial, el choque de trenes contra su madre, mujer de armas tomar, es fuente constante de conflictos. Amigos, estudios, encuentros y desencuentros con la realidad, conforman el camino de Lady Bird en sus últimos meses en el instituto, a punto de dar el salto a la etapa universitaria.
El pulso con el que Gerwig sostiene su propuesta es magistral. No hay cambios de rasante inesperados, y la coherencia en todos los aspectos de la película es de agradecer. Luminosa, sobria, llevada con calma por los diferentes episodios de los que se nutre la trama, funciona como puesta al día del cine independiente americano que tan buenos tiempos vivió en los años 90. Sin dormirse en los laureles en ese sentido, maneja con equilibrio las dosis de nostalgia para que no resulte anacrónica.
Con muy pocas piezas, Gerwig propone un paseo lleno de humanidad, con base en la comedia con gotas agrias de realidad dolorosa. La búsqueda de la adulta que un día será la protagonista la lleva a tomar decisiones acertadas, equivocaciones demoledoras, insípidos capítulos de esos que quedan para siempre en la memoria, y felices momentos de lucidez y descubrimiento.
Los dos grandes pilares que hacen de Lady Bird una experiencia especial son el fabuloso guion y el aporte de actores implicados y decididos. La parte literaria está repleta de grandes ejemplos de construcción de personajes, de diálogos ingeniosos, de magnífica tridimensionalidad a la hora de presentarnos las relaciones entre las protagonistas. Estos personajes son imperfectos, y, por lo tanto, extremadamente humanos.
Es por esto que, aparentemente sin esfuerzo, la cinta se las apaña para abrazarte y sumergirte en su universo particular con un coming of age que parece no tratar sobre nada en particular pero que, a su vez, trata sobre todo.