El Árbol Generoso nos cuenta la historia de amistad que surge entre un niño y un árbol. Cuando este es pequeñito disfruta con su amigo el árbol jugando al escondite, columpiándose en sus ramas y comiéndose sus manzanas. A medida que va pasando el tiempo, el niño crece y ya no quiere jugar, necesita otras cosas, cosas materiales que el árbol no le puede dar. Pero es tanto el amor que el árbol siente por su amigo que no duda en darle todo lo que tiene, le dará sus ramas para que se construya una casa, su tronco para que se construya un bote, pero... ¿qué pasará cuando al árbol no le quede nada que darle a su amigo?.
Desde el momento en que el libro fue publicado, generó controversia y opiniones opuestas sobre las interpretaciones de sus mensajes, sobre si el árbol es desinteresado o si sólo hace un sacrificio propio, y sobre si el niño es egoísta o razonable en sus peticiones al árbol. La historia muestra claramente a la infancia como un tiempo de relativa felicidad en comparación con el sacrificio y la responsabilidad de la edad adulta. La historia sólo usa la palabra “necesito” al final, para describir la necesidad del niño (ahora viejo) de un lugar para descansar; para el resto de sus deseos usa la palabra “quiero”.
La reseña de The Giving Tree: A Symposium muestra a algunos lectores académicos describiendo el libro como un retrato de un vicio, una relación parcial entre el árbol y el niño: con el árbol como un donante desinteresado y el niño como un ser codicioso y nunca satisfecho que constantemente recibe, y que nunca da nada a cambio al árbol; un amor egoísta que puede ser deformada e imitada por los lectores infantiles. De hecho, algunos de estos académicos hablan de un árbol o bien como un padre irresponsable cuyo sacrificio propio ha dejado al hijo sin capacidad de poder arreglárselas por sí mismo (lo que le lleva a acabar solo) o como un desesperado codependiente.
Otros sugieren que el libro es un cuento sobre el amor incondicional y la generosidad: el árbol da todo lo que posee al niño porque lo quiere, y sus sentimientos son devueltos por el niño cuando vuelve al árbol para descansar. De este modo, la relación entre el árbol y el niño según crece puede verse como algo similar a lo que ocurre entre madre e hijo; a pesar de no recibir nada a cambio durante mucho tiempo, el árbol antepone las necesidades del niño, porque quiere que este sea feliz. De hecho, el único momento en que el árbol parece triste es cuando siente que no tiene nada más que dar al niño y que el niño nunca volverá.
Como Timothy Jackson, profesor de Estudios Religioso en la Universidad de Stanford dijo: “¿Es este un cuento triste? Bien, es triste del mismo modo que la vida lo es. Todos estamos necesitados, y, si tenemos suerte, crecemos usando a otros y siendo usado por otros. Las lágrimas caen en nuestra vida como las hojas de los árboles. Nuestra finitud no es algo que lamentar o despreciar; es, precisamente, lo que hace posible el dar (y recibir). Cuánto más se acuse al niño, más se acusa a la existencia humana. Cuando más se acuse al árbol, más tienes que faltar a la idea de paternidad. ¿Deberían los regalos del árbol ser contingentes con la gratitud del niño? Si así fuese, si los padres y las madres esperasen reciprocidad antes de preocuparse por sus niños, estaríamos condenados”.