En todas las conversaciones sobre cine y literatura, siempre surge un alma cándida que piensa que el vampiro, personificado en la figura del Conde Drácula, fue una invención del escritor irlandés Abraham “Bram” Stoker. Pese a que, en efecto, fue el escritor que popularizó al inmortal bebedor de sangre que traza sus planes a lo largo de los siglos, no fue en modo alguno el creador del mito. De hecho, y como es bien conocido, para la creación del personaje se basó en Vlad Draculea, también llamado Vlad Tepes o, macabramente, Vlad, “el empalador”, que fue príncipe de Valaquia y que vivió entre los años 1431 y 1476 en el actual sur de Rumania. Su reinado de terror y su famosa crueldad contuvo una y otra vez a los otomanos que cercaban su reino dispuestos a aplastarle. Rodeó su reino con entre 40 mil y 100 mil hombres empalados (según las fuentes que se consulten) para minar la moral de sus adversarios. Y lo logró.
Como es sabido Drácula no es, ni de lejos, la primera novela sobre vampiros. Publicada en 1897, recibió serias influencias de la obra de Sheridan Le Fanu titulada Carmilla sobre una hermosa joven que resulta ser un vampiro y que muestra una atracción amorosa hacia Laura, la protagonista del relato. Por otro lado tenemos también El vampiro, escrito por John William Polidori, en el que resalta el escepticismo de la gente normal hacia la figura del vampiro como elemento fundamental para que Lord Ruthven, que es una criatura bebedora de sangre, pueda moverse con total libertad. Ambos personajes, Carmilla y Lord Ruthven, destilan una gran cantidad de erotismo y sensualidad en el primer caso y romanticismo en el segundo. Tales aspectos fueron recogidos muy posteriormente por la escritora Ann Rice en la creación de sus Crónicas Vampíricas, emulando a Polidori en la ya conocida figura del “vampiro romántico”.
Sin embargo y si atendemos a la historia y a la tradición, la figura del vampiro viene de muy lejos. Por poner los ejemplos más reseñables: el Asanbosam es un vampiro africano con grandes ganchos en lugar de pies. El Bichohindú, vampiro panameño, tiene un aguijón en la lengua con la que le quita la energía a las mujeres. El Alp es un vampiro alemán, asociado con el Boogeyman y el Incubus, que ronda por las noches los sueños de las mujeres. El Incubus, sin embargo, se hace su amante y las atormenta en sueños. Tiene su versión femenina, el Succubus. Las Lamias, de la Roma antigua y Grecia, son vampiros hembras mitad humanos, mitad animales, que devoran la carne de sus víctimas y beben su sangre. El Mormo es el vampiro de la mitología griega sirviente de la diosa Hécate y procede del submundo. El Strigoii es un vampiro Rumano que ataca en bandadas, como las langostas.
Pero aún quedan más: las Tlaciques, o brujas vampiros de los indios nahuatl en México, pueden convertirse en una bola de fuego o en un pavo y alimentarse sin ser advertidas. El Upier es un vampiro polaco bastante inusual que se levanta a mediodía y regresa a descansar a medianoche, con una lengua con púas y que consume cantidades enormes de sangre. El Varacolaci es un vampiro rumano de increíbles poderes, del que se dice que puede causar eclipses lunares y solares además de poder realizar viajes astrales. Pero, por encima de todos estos nombres, el público conoce muy bien otro nombre: Nosferatu que, pese a traducirse como “no muerto”, no tiene una etimología correcta. Lo más parecido se halla en la palabra griega “nosophoros” que significa “portador de enfermedad”. El escritor Brian Lumley, de hecho, compara el vampirismo con una enfermedad parasitaria en su pentalogía Crónicas Necrománticas que en su versión original se denomina The Necroscope.
Y así, con este preludio quizá un tanto tedioso para el lector (entono un sincero “mea culpa” y me disculpo si es así) vamos a pasar a comentar por fin la famosa obra de Bram Stoker. Upsss, el espacio se termino, así que continuaremos con esto la próxima semana.