A Lolita Cortés su mente le seguía trabajando normal pero su cuerpo, desde hace dos o tres años, comenzó a fallarle.

El primer médico al que consultó le dijo que era momento de hacer otra cosa, de dejar de bailar y de actuar.

“Vino una depresión muy fuerte, no podía imaginar mi carrera sin bailar”, dijo durante una conferencia de prensa; allí le advirtieron que, para seguir bailando, tenía que operarse.

“El diagnóstico era un canal lumbar estrecho, un pinzamiento radicular, era la causa de que ella no pudiera mantenerse en pie”, recordó el neurocirujano Inti Enrique Escamilla.

Lolita tenía signos de pérdida de sensibilidad en ambas manos, algo muy peligroso.

Cuando recibió la visita de la ANDA (Asociación Nacional de Actores), le dijeron palabras que le dolieron muchísimo, expresaron que “todavía aguantaba”.

“Recuerdo que me dolió en el alma que dijeran ‘aguanta’, se lo comenté después al doctor”. Volvió al hospital, fue sometida a las cirugías necesarias para que la situación no avanzara a grados catastróficos.