Los juegos del destino es una comedia romántica que se aparta grandiosamente de la línea a la que Hollywood nos tiene acostumbrados. Con un guión muy bien armado y excelentemente bien ejecutado, basada en la novela homónima, y una dirección con un mayor nivel de David O. Russell resulta, sin lugar a dudas, su mejor trabajo hasta la fecha.
La historia sigue a Pat (Bradley Cooper), un tipo sin suerte que además de sufrir un desorden psicológico bipolar, ha sido engañado por su mujer y recluido en una clínica mental por haber golpeado brutalmente al amante de esta. Con una orden judicial de restricción de su esposa y meses después de tratamiento, su madre (Jackie Weaver) lo saca para regresarlo a casa y cuidarlo de cerca.
Pat, reinsertándose a la vida que dejó anteriormente, se encuentra con viejos conocidos y nuevas amistades con las que entabla una relación única, sacando lo mejor y peor de sí. Conocemos a su padre (Robert De Niro), un aficionado de las Águilas de Filadelfia que nunca ha sabido cómo tratar a su hijo. También nos encontramos a Tiffany (Jennifer Lawrence), la hermana de la esposa de su mejor amigo que recientemente ha perdido a su esposa y ha enfrentado la situación de una manera muy peculiar.
Pat pronto entabla una amistad muy poco convencional con Tiffany que los llevará a explorar sus aflicciones no desde un punto de vista clínico, sino de la propia capacidad humana para tratar de ver el el lado bueno de las cosas, haciendo clara referencia al título de la película.
Mientras Pat busca reconciliarse con su mujer, Tiffany trata de comenzar una nueva relación que la saque de la miseria en la que se encuentra. A pesar de ser la principal aliada de Pat para tratar de alcanzar su objetivo, al mismo tiempo ella también encarna el mayor obstáculo para que el pobre hombre regrese a su vieja vida. Lo que nos hace preguntarnos: ¿por qué Pat desea tanto regresar con su mujer a pesar de todo?, ¿qué hay en esa vida que tanto añora?
La trama también explora con detalle la relación entre Pat y sus padres, con quienes siempre ha tenido una lejana comunicación. Su papá, obsesionado con el equipo de americano y las apuestas, trata de acercarse por primera vez a través de lo único que no conoce, sin darse cuenta de qué es lo que realmente necesita. Su madre, aunque un poco más comprensiva, resulta temerosa de la condición de su hijo.
Por otro lado, todos los que rodean a Pat, a pesar de ser “normales”, pronto le demuestran su verdadera vida. La última parte de la cinta resulta hilarante e ingeniosa. Una prueba que Pat y Tifanny afrontarán pone en juego no solo el desenlace de su relación, sino de toda la familia de Pat.
Russell tuvo como consultor para la película a su propio hijo, quien sufre de trastorno bipolar, y algo en lo que acertó fue en tratar a su protagonista con respeto pero sin dramatismo. A veces la vida de Pat es una comedia, y otras es una tragedia. Ante los ojos de aquellos que lo ven de lejos, solo es un caso perdido —abundan en esta cinta los vecinos entrometidos, asomados por la ventana cada que Pat pasa por sus casas—.
Llama la atención el caso de un personaje llamado Danny (Tucker), amigo de Pat en el sanatorio, que entra y sale un par de veces del psiquiátrico por la incompetencia de los que siguen su caso. No solo aporta un toque de humor, sino que su situación expone la falta de seriedad con que la sociedad trata a las personas con trastornos de este tipo.
Muchos dirán que el final se puede predecir desde momentos antes; sin embargo, el director nos da a entender que no es en sí el destino de los personajes, sino la transformación que han sufrido y que los ha hecho ver, nuevamente, otra perspectiva de la vida.
Gracias a las formidables actuaciones de Lawrence, Cooper y De Niro, Los juegos del destino es una de las cintas más disfrutables. Tiene momentos dramáticos, de comedia, de seriedad, muy románticos, pero sobre todo de mucho aprendizaje, y eso es algo que se aprecia bastante en cualquier película.