Francisco Hipólito desenredó una bolsita de plástico y sacó unos cacahuetes y nueces de su interior. Nervioso, las colocó frente al autorretrato del que por 25 años fue su patrón, Francisco Toledo; después lloró abrazando a Benjamín, el último hijo del pintor zapoteca.

Este productor de San Francisco Jalpan, a 20 minutos de la ciudad de Oaxaca, se enteró de la muerte del artista juchiteco durante la mañana del viernes, por la radio. Corriendo tomó el transporte y llegó hasta el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), donde los amigos de la familia del pintor y habitantes le rendían homenaje.

Hipólito cargó todo el día en su mochila los cacahuates y las nueces hasta que el reloj marcó las cinco de la tarde, el horario designado para acompañar a los hijos del pintor a rendirle honores en el IAGO.

No era la primera vez que le traía su cosecha a Ta Min, como conocen en Juchitán a Francisco Benjamín López Toledo. Era ya una tradición entre ellos, eran sus semillas preferidas, era una forma de compartir con él las semillas que nacían en sus tierras.

Después de cumplir su última entrega, con mochila al hombro se abrió paso entre la multitud de personas que abarrotaron el pequeño patio del centro cultural fundado en 1988. Llegó hasta la calle donde alguna vez el maestro Toledo corrió volando papalotes, se topó con una banda de jóvenes que interpretaba canciones representativas del repertorio musical oaxaqueño, como “Dios nunca muere”, de Macedonio Alcalá. Ahí, frente al edificio, pidió un mezcal y se lo echó en honor a su patrón.

En el interior del recinto, que nació del esfuerzo de Toledo por impulsar la cultura en Oaxaca, seguían los honores. Debajo de las bugambilias que entrelazadas forman un techo natural estuvieron congregados lo mismo las afanadoras que no podían evitar conmoverse hasta las lágrimas, hasta uno de los hombres más ricos del país, Alfredo Harp, guardando silencio.