Mamma mia! La película

Abba fue un cuarteto musical sueco de pop que, después de ganar el Festival de Eurovisión en 1974, saltó a la fama. Y allí estuvo hasta su disolución en 1982.

En 1999 se estrenaba en Londres, dirigido por Phillyda Lloyd, el musical que Catherine Johnson había escrito basándose en las canciones de Abba. El fuerte del grupo no son sus letras, así no debió de resultar fácil adaptarlas a una narración medianamente coherente. Lo que salió es la historia bastante boba de una joven, hija de madre soltera, que en la víspera de su boda decide averiguar quién, de los tres amantes ocasionales de su madre, es su padre.

A pesar de este argumento, Lloyd construyó un buen musical de gran éxito. El futuro estaba claro: tenía que llegar la película. Y llegó de la mano de la propia Phillyda Lloyd y de un reparto de lujo (toda una Meryl Streep magníficamente acompañada por Pierce Brosnan, Colin Firth y Stellan Skarsgård).

La película trata de dos mujeres, Donna y Sophie, madre e hija. La joven quiere casarse pero no sin antes descubrir quién es su padre, algo que ni su propia madre, encantada con su vida, sin un hombre a su lado, sabe con certeza. Hay tres candidatos y a los tres escribe la chica, sin decirles la verdad, sólo que están invitados a la boda. El conflicto está servido.

La cinta tiene las mismas virtudes y los mismos defectos que el musical. La historia sigue dando para lo que da: para muy poquito. Los personajes femeninos son arquetipos y las interpretaciones están forzadas, especialmente en los momentos cómicos (quizás porque Lloyd es sobre todo directora de teatro y manifiesta algunos problemas, tanto para acertar al poner la cámara como para dirigir actores). Ese tono histriónico de algunas escenas lastra un conjunto que habría ganado muchos enteros con algunas gotas más de sutileza. Y de hecho, mejor suerte corren los protagonistas masculinos, a los que no se les obliga a gesticular y bailar como histéricos.

De todas formas, la trama, e incluso el tono, es lo de menos en un espectáculo que va por otros derroteros. Aquí la clave está en la música: canciones muy bien hiladas, bien coreografiadas, perfectamente orquestadas y en la mayoría de los casos notablemente interpretadas. El escenario de idílica isla griega añade vistosidad al conjunto y el rodaje de algunos números —entre el homenaje al musical clásico y la estética videoclip— puede gustar más o menos, pero resulta eficaz.

El carisma y la simpatía que desprenden los actores le salvan la película. Brevemente, señalar que Pierce Brosnan lo intenta pero no lo consigue, y cuidado con sus canciones, son de las más mal cantadas. Colin Firth tiene un personaje bastante tontorrón y no se le ve implicado, pero su presencia es suficiente para cumplir con el trámite.

De los tres posibles padres, el que mejor lo hace es Stellan Skarsgård, que da lo justo para interpretar a su personaje y lo demás es simplemente pasarlo bien, lo que se nota mucho. También es el mejor actor de los tres. La otra pieza es Dominic Cooper, que tiene el papel del novio de la joven protagonista. Una estrella que por el momento solo se preocupa por mostrar su físico.

Meryl Streep es la gran estrella de la película. Tiene una facilidad pasmosa para meterse al público en el bolsillo. También bordan sus personajes, secundarios pero jugosos, las actrices Christine Baranski y Julie Walters, las amigas de toda la vida de Donna. Por el contrario, la nota negativa femenina la pone la hija de Streep en la ficción, Amanda Seyfried. Insoportable de principio a fin, cursi y malcriada, es la responsable de las peores escenas de la película, especialmente cuando comparte escenario con sus dos vacías amigas o con su novio.

Con divertidas actuaciones, Mamma mia! no deja de ser un entretenimiento correcto, especialmente destinado a los amantes de los musicales, a los fans del grupo ABBA y a los que buscan algo entretenido y que los deje con un buen sabor de boca.