Mariliendre

Mariliendre

“¿Qué sería de los maricones sin las mariliendres? Nada”. Esta frase, que se repite en más de una ocasión, es la declaración de principios de la serie. También de su creador, Javier Ferreiro, que demuestra una mirada audaz y sensible para encontrar lo que es único y especial en alguien que podría ser solo paisaje, una secundaria con frase (buena, eso sí) en el muy coral reparto de la vida.

El propio Ferreiro (guionista de Vestidas de azul) dirige y coescribe los seis capítulos, producidos por Javier Calvo y Javier Ambrossi, con un desarrollo narrativo medido al milímetro. Arranca con el funeral del padre de la protagonista y el descubrimiento inesperado de que era homosexual. A partir de ahí empieza una búsqueda para conocer quién fue su progenitor en un viaje lleno de amor y humor. Pero enseguida se abre una segunda trama en torno a los amigos de Meri, de quienes se alejó sin que hasta el último capítulo sepamos por qué.

El relato transcurre en dos tiempos, el presente y diez años atrás, con magistrales transiciones entre uno y otro más afinadas cuanto más avanza la serie. La huella que deja esa década (en los personajes, en el mundo, en las drogas, en las apps) añade capas de significados a este retrato de la noche en el Madrid y en especial la Chueca de los 2000, con el Strong, el Boyberry o el Delirio. Por la multitud de subtextos y referencias desfilan desde Belén Esteban y Lydia Lozano a Iker Jiménez.

Meri Román (Blanca Martínez) fue la “mariliendre” más conocida de Madrid. Para quienes lo desconozcan, este término se utiliza para referirse a aquellas mujeres que viven rodeadas de hombres homosexuales y suelen ir a los locales de fiesta de ambiente. Empezó al acompañar a ligar a Jere (Martín Urrutia), su amigo de la escuela, y encontró allí su lugar seguro, siempre rodeada de gays como Luis (Omar Ayuso), Leo (Yenesi) y Saúl (Carlos González).

Diez años después, está desconectada de ese mundo. Fue repudiada. Pero la trágica muerte de su padre (Mariano Peña), de la que se niega a hablar su madre (Nina), la lleva a intentar reconectar con unos amigos que no quieren saber nada de ella. Así empieza un retrato de la amistad, la creación del sentimiento de comunidad y también las convenciones que llevan a cortar esos lazos.

Como serie musical, Mariliendre es estupenda. No comete el error de producir números musicales en el piloto que después no pueda igualar y, a pesar de versionar canciones conocidas, consigue hacerse suyos los temas. Aquí destacan Martín Urrutia, con un personaje hecho a medida para su estilo de interpretación afectado, la potencia vocal de Nina y el trabajo de Bea Fernández como la voz de Meri Román, que además encaja con la actuación de Blanca Martínez.

Para entender el universo de Mariliendre también hay que saber quiénes están detrás: Javier Ferreiro, el showrunner, nació en el 89 (sabe lo que es abrirse al mundo siendo un millennial). El guión lo escribe con Paloma Rando, referente periodístico de nuestros días del que sobran las presentaciones. De ahí que esté tan claramente orientados a un público y una edad determinados.

Las formas acompañan: las coreografías de los números musicales son más que dignas y pocas ficciones nos mostrarán, mediante primerísimos planos, la interface de apps como Scruff o letreros sobre pantalla de esas características físicas con las que cada uno de nosotros intenta conectar con otros en esos perfiles que han cambiado para siempre nuestra forma de ligar.

Mariliendre es un soplo de sentimientos y emociones, pero también es un golpe de nostalgia que reivindica la explosión pop que se produjo cuando comenzó el nuevo milenio. La Removida llegó a llamarse. Un homenaje a la Chueca de aquella época, a los locales de entonces y al imaginario audiovisual de esos tiempos. Está llena de referencias a las series, el cine, los programas de televisión y el show business patrio de hace dos décadas. Y, sobre todo, a la música dosmilera. Porque es una comedia musical muy bien ejecutada que echa mano de hits icónicos.

Música que marcó a una generación

La banda sonora de la serie es un elemento clave que acompaña y realza la trama, utilizando populares canciones de los años 2000 para evocar recuerdos y emociones. La música, producida por Pablo Lluch y Vic Mirallas, no solo sirve como acompañamiento, sino que evoluciona la historia y refleja el estado de ánimo de los personajes, especialmente en los momentos cruciales.

La banda sonora incluye versiones de temas como “Dime” de Beth y “Yo quiero bailar” de Sonia y Selena, entre otras, que conectan con la nostalgia de la época. Las canciones están cuidadosamente integradas en la narrativa, actuando como transiciones entre el presente y el pasado y ayudando a la evolución de la historia. La música evoca recuerdos, tanto para aquellos que vivieron los años 2000 como para quienes los descubrieron después. Además, las coreografías son un aspecto destacado, mostrando el trabajo y la coordinación detrás de cada número musical.

La banda sonora de Mariliendre es más que un simple acompañamiento, es un componente esencial que da vida a la serie, evocando emociones, guiando la trama y creando una conexión especial con la audiencia.