Pasadas las 4 de la mañana (hora de Los Ángeles) de aquel día, se daba aviso de que Marilyn Monroe yacía muerta en su cama a causa de un posible suicidio con barbitúricos y somníferos, los cuales le habían recetado debido a su frágil estado mental.
La autopsia de este ícono de la belleza pícara y curvilínea fue guardada por años en un estricto secreto profesional. Sin embargo, los dueños de la funeraria que se encargaron del traslado del cuerpo, publicaron el libro Pardon My Hearse (2015), en el que revelan que esta estrella del cine murió de una sobredosis de Nembutal, recostada boca abajo en su cama y que fue encontrada en condiciones nada glamorosas.
El día que la encontraron, ya con el rigor mortis de primer estadio (entre 6 y 8 horas después de la muerte) tenía una cabellera sumamente descuidada, pues hacía varios días que no la lavaba ni la teñía. Estaba sin depilar y no tenía dientes (usaba una dentadura postiza). También se dieron cuenta de que Marilyn usaba prótesis mamarias, las cuales colocaba sobre sus pechos naturales para realzarlos.
Allan Abbott y Ron Haste, autores del libro, señalaron que además tenía los labios muy agrietados y que presentaba hinchazón y moretones en el cuello. De aquella mujer que fue un sex symbol no quedaba rastro. El forense tuvo que hacer una reconstrucción del cadáver que le llevó varias horas para que se pareciera al ícono del cine que todos adoraban, incluso tuvo que trabajar parte de su cuello para que apareciera “normal” el día del funeral.
Era casi increíble pensar que ese cuerpo desnudo y envejecido perteneciera a Norma Jeane Baker Mortenson (nombre real de la estrella).
En un documental transmitido por el canal británico Channel 5, se afirmaba que Hyman Engelberg, el médico personal de Marilyn Monroe, firmó su sentencia de muerte al prescribirle una combinación letal de sonmíferos. Se le recetó Nembutal e hidrato de cloral, a pesar de que estos dos potentes sedantes, al ser ingeridos juntos, pueden tener un efecto muy fuerte en el sistema respiratorio.