Pocos saben que Maximiliano de Habsburgo (1832-1867) fue el primer indigenista de México y, quizá, el primer estadista en el mundo que legisló a favor de los trabajadores del país, dice a Excélsior el historiador Carlos Tello Díaz, a partir de su más reciente publicación de Maximiliano. Emperador de México; ahí recupera la vida del emperador y aporta detalles poco conocidos sobre su historia a casi un mes de que se cumplan 150 años de su muerte, el próximo 19 de junio.
Esto sucedió en 1865, dice el autor, cuando Maximiliano aprobó una ley que prohibía el castigo corporal de los trabajadores y limitaba las horas de trabajo, que garantizaba el pago de los salarios en moneda de metal, un control sobre los créditos otorgados en las tiendas de raya, además que estipulaba que las deudas contraídas por los padres no podían ser heredadas por los hijos.
Sin embargo, el propio Tello Díaz reconoce que no solo no mejoró la suerte de los trabajadores del campo, sino que esto acrecentó la hostilidad de los propietarios de tierras hacia la figura del emperador hasta llegar a su fusilamiento.
Fue así como los conservadores también se manifestaron contra su ley de imprenta, que defendía la libertad de prensa; contra la de justicia, que creaba la figura del ministerio público; contra la de instrucción, que sentaba las bases para la educación primaria obligatoria y gratuita a lo largo del Imperio, entre otras.
El libro también revela detalles peculiares. Le decían Max, en su infancia conoció al escritor y poeta danés Hans Christian Andersen, de joven escribía poemas, estudiaba 45 horas a la semana, tocaba el órgano, leía libros de aeronáutica para construir una máquina voladora, y en 1851 sobrevivió a un ataque de tifoidea.
Antes de que fuera fusilado, el poeta francés Víctor Hugo y el patriota Giuseppe Garibaldi le escribieron a Benito Juárez para pedir que le perdonara la vida. La princesa Salam-Salam, considerada una de las mujeres más bellas del Imperio, ofreció su cuerpo para sobornar a los guardias que custodiaban al emperador. Pero nada de ello surtió efecto.