Sobre la calle de Tacuba, a la altura de la famosa estatua ecuestre de Carlos IV, el “Caballito” de Tolsá, se despliega una larga fila de personas que espera para ingresar al segundo piso del el Museo Nacional de Arte (Munal) y ver la exposición “Monet. Luces del Impresionismo”, en su último día. La espera es larga porque la hilera atraviesa el callejón Marconi y alcanza un tramo de Donceles; horas antes quizá alcanzó un tramo más largo. Entre parejas, familias y espectadores solitarios, quizá hay 300 personas. Es un público diverso y hay quienes hasta le rinden tributo al pintor francés con elegantes trajes.
En la salida, Andrea Gómez, ingeniera proveniente de Tijuana cuenta que no recordaba que este domingo era el último día de la muestra y tuvo una coincidencia afortunada. “Me gusta mucho Monet, los colores que usa me llaman mucho la atención, fue bueno venir”, declaró la joven, quien viajó a la Ciudad de México por el concierto de Taylor Swift.
Sobre las tres piezas, Paisaje en Port-Villez, Valle Buona, cerca de Bordighera y Los nenúfares, que se montaron junto a ciertos cuadros de Joaquín Clausell, Armando García Núñez, Francisco Romano Guillemín y Mateo Herrera desde el 26 de abril, Darío Hernández, estudiante de Arte en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP), cuenta que justo el hecho de que en la exhibición hubiera solo tres cuadros de Monet lo hizo sentir escéptico al principio.
El cansancio y el poco tiempo libre que le dejan las obligaciones diarias habían sido el impedimento para que asistiera antes al museo. Y el cansancio —dice—, especialmente el cansancio. Su novia, que también estudia en la ENAP, lo convenció. Llegaron un poco antes de las dos de la tarde, estuvieron formados alrededor de dos horas y aprovecharon la visita al Munal para ver “Transmutaciones”, muestra “medio psicodélica” de Rodrigo Pimentel.
“Fue una espera razonable, si la comparamos con las filas de Bellas Artes que pueden ser kilométricas. Justo antes de entrar sentí cosquillas por la emoción de estar frente a un cuadro de Monet, ver la pincelada y el color”, dice Darío, y complementa que dos de los tres cuadros no son lo más representativo, pero sirven para conocer otras etapas del artista, lo cual es interesante.
Otro asistente que no había podido asistir antes por cuestiones de trabajo es Javier González, ingeniero civil de 40 años. Javier se enteró de que era el último día de la exposición. “De aquí a que la vuelvan a traer, preferí venir”, señala. Antes, por la desidia ante las largas filas que se hacían afuera del museo, se perdió la exhibición de Frida Kahlo.
“Ahora, son solo tres cuadros de Monet, pero ese no es el asunto, sino la logística. Los tres cuadros están en una sala pequeña. Todos nosotros estábamos amontonados allá adentro. Si esos tres cuadros hubieran estado en salas grandes, hubiera sido mucho mejor. Es muy bueno que traigan este tipo de obras, lo malo fue la disposición de estos cuadros”, opinó.
Javier cuenta que conoce a algunos artistas y que lo importante, al estar ante la pintura, son las emociones que esta causa en quien lo ve. “Poder apreciar cuadros de esa magnitud es muy padre”, abunda. Y recuerda las muestras que vio de Da Vinci y El Greco: “En esta ocasión me dije ‘tengo que ver a Monet’, y estuve hora y media formado. Esa hora y media porque son muchas vueltas, filas y filas en cada nivel, hasta llegar hasta arriba”.
Alrededor de las 18:00 horas, las tres cuadras de filas se disolvieron y el público avanzó rápido. Para la hora del cierre, cualquier persona que se acercara a la puerta del Museo podía entrar. Aunque se anunció que el último acceso sería siempre a las 17:30 horas, este día se hicieron excepciones. Incluso el acceso se permitió minutos después del cierre.
El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura informó que el número de asistentes registrado, antes de la jornada de clausura, fue de 212 mil. Tan solo el sábado asistieron alrededor de cuatro mil visitantes.