Después de Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer y Monstruos: la historia de Lyle y Erik Menéndez se nos presenta el “monstruo definitivo”, que no solo se definió por los crímenes que le dieron el sobrenombre de “el carnicero de Plainfield” sino que también alimentó las pesadillas de Hollywood durante décadas, siendo reinterpretado en cada ocasión con distintos fines.
Así, sería uno de los puntos de partida fundamentales para la creación de Psicosis, el clásico de culto de Alfred Hitchcock que marcó a Anthony Perkins, pero también ayudaría a Tobe Hooper a vehicular su particular crítica a la sociedad estadounidense en La matanza de Texas, o a Ezra Cobb explotar de forma sensacionalista sus crímenes en el falso documental Trastornado: deranged.
Las muchas caras de Ed Gein
Monstruo: la historia de Ed Gein peca de querer contar demasiadas cosas: la propia historia del personaje, versionada de manera muy libre (sobre todo en lo relativo a su relación con su amiga, compañera sentimental platónica y confidente Adeline Watkins); las intrahistorias de la creación de las películas nombradas, imbricadas en el montaje y las de sus creadores (actores y cineastas).
Abarca demasiado pero aprieta poco: es un compendio de historias pobremente desarrolladas y peor unidas que solo deja constancia de la enfermiza fijación de Hollywood con un referente nacido de la represión sexual, el exceso de control, la figura de la madre castradora, la demencia y la pulsión de matar alimentada por los horrores de la Segunda Guerra Mundial y el culto a la obscenidad.
Aunque las dos temporadas anteriores de esta serie antológica incorporaron mucho material ficcional con la recreación de la intimidad de los protagonistas, cambios respecto a la realidad por motivos dramáticos y adopción de puntos de vista determinados, a veces muy sesgados, aquí hay mucha más ficción que realidad y también cierta carencia de interés en ceñirse a ella en pro del morbo.
No es que sea necesario edulcorar o restar impacto a los sucesos, sino que recrearse constantemente en los mismos leit motiv sin más propósito que crear impacto termina teniendo el efecto contrario. A base de mostrar senos, vulvas disecadas, amputaciones y profanaciones de cadáveres, cualquier rastro de sensibilidad hacia las víctimas termina perdiendo su sentido.
Tampoco es que las recreaciones de algunas de las secuencias más emblemáticas del cine como la de la ducha de Psicosis o la de la motosierra de La matanza de Texas resulten demasiado brillantes.
Hay un conato de hacer un trabajo artístico, pero no es más que un eco lejano de la maestría de los creadores originales, sin alma ni razón de ser. Como una colección de estampas macabras en las que no hay más nexo en común que la fuente original de inspiración pero sin el respaldo de un estilo propio ni la capacidad de despertarnos los mismos sentimientos. Fotocopias de peor calidad.
El rostro detrásdel asesino
A Hunnam, que se dio a conocer en la serie británica Queer as folk y ganó popularidad como el rudo motero protagonista de Hijos de la anarquía, la propuesta de Murphy para interpretar a Gein lo tomó por sorpresa, pero no dudó en aceptar sin siquiera leer un guión. Se dejó llevar por la pasión con la que el guionista y productor hablaba sobre el proyecto.
El actor de Pacific Rim no parecía la opción más evidente para interpretar a aquel granjero que vivía aislado y que había crecido bajo el yugo de su opresora madre (la actriz Laurie Metcalf en la serie). En su transformación en Gein, Hunnam tuvo que perder peso, pero quizá lo que más llama la atención es la inquietante voz del personaje. Apenas hay registros de la voz real del asesino más allá de una grabación de la noche después de ser arrestado, y Hunnam hizo su preparación sin haberla escuchado.
La historia real
Ed Gein cometió sus crímenes a finales de la década de los 50, cuando la tecnología de análisis de ADN o de huellas no existía como la conocemos hoy, y cuando tampoco existían los perfiles psicológicos que ahora se usan para clasificar a los diferentes tipos de criminales y para tener una idea de qué tipos de personas cometen ciertos crímenes, lo que hacía que resolver casos fuera aún más difícil de lo que es en la actualidad.
Además, hacia afuera, Gein se veía como una persona común y corriente (algunas personas llegaron a describirlo como algo excéntrico, pero nada más), así que cuando Mary Hogan desapareció en diciembre de 1954, nadie sospechó de él. Eso cambió con la desaparición de Bernice Worden 4 años después.
Frank, el hijo de Bernice, era un sheriff adjunto en ese tiempo, y fue él quien comenzó a sospechar de Ed Gein, quien conocía a Bernice y, supuestamente, fue visto con ella poco antes de que desapareciera. No tenía muchas pistas, pero decidió arrestar a Ed, mientras se encontraba en casa de uno vecino, y las autoridades se dirigieron a su granja para investigar, sin imaginar que iban a toparse con una escena impactante y brutal.
Según los reportes, el cuerpo de Bernice Worden estaba colgado por los pies. Además, había sido decapitada y presentaba heridas de bala. Y eso no es todo: al seguir revisando el lugar, encontraron también restos de Mary Hogan y, dentro de la casa, se descubrieron platos, un cinturón, un traje y muchos otros objetos hechos con piel y partes humanas.
Eventualmente, Gein confesó haber matado a Mary y a Bernice (llegó a alegar que ellas se parecían a su madre y que por eso las había matado), mientras que los objetos macabros que fueron encontrados en la granja revelaron que Gein había estado saqueando tumbas y profanando cuerpos.
A pesar de haber confesado y de que sus restos se encontraron junto con los de Bernice, Gein nunca fue juzgado por el asesinato de Mary.