Un día de agosto de 2012, Marisa Paredes caminó sobre el escenario de la Cineteca Monterrey y lanzó una frase que a todos hizo reír: “Sé que llego, recibo un premio, digo unas palabras y me voy. Y listo”. La actriz española estaba en tierras regias para recibir el Cabrito de Plata a la trayectoria, máximo galardón del festival de cine de la capital estatal, y se encontraba feliz. No le importaron los cerca de 40 grados centígrados que había marcado el termómetro durante toda la semana en horario diurno y sonreía con quienes la saludaban.
Ahí recordó que cuando decidió ser actriz, una profesión mal vista en la década de los años 60, sus padres no lo aprobaron. “Pero dije que iba a poder con todo, a vencer todos los obstáculos y a romper barreras”, se puso como objetivo.
Una carrera que inició con los filmes Los económicamente débiles y Canción de cuna, sumó seis décadas de carrera, más de cien películas como Tacones lejanos y Todo sobre mi madre, con Pedro Almodóvar, y El coronel no tiene quien le escriba, bajo la dirección de Arturo Ripstein.
El martes, a los 78 años de edad, quien decía que solo había tenido suerte en la vida, falleció. “He tenido la fortuna de que muchos directores confiaran en mí, y ellos han tenido la suerte de que yo confiara en ellos”, comentó en varias ocasiones.
Su relación con México fue tal que trabó cierta amistad con Salma Hayek, quien la recibía en su casa de E.U. cuando quería pasear. Y Del Toro la eligió para la amante de Eduardo Noriega en El espinazo del diablo por los matices que podía dar de alguien fuerte, pero al mismo tiempo vulnerable.
Admiradora de Patricia Reyes Spíndola, la actriz siempre fue perseguida por el sello de “chica Almodóvar”, pues rodó cinco filmes con el director manchego. “Con él haces muchas cosas, no se conforma con una sola. Quiere esto, más esto, más esto. Uno tiene que exprimir mucha capacidad y mucha imaginación a la hora de enfrentarse a un trabajo con él”, dijo en alguna ocasión.