El martes murió el historiador, experto en filosofía náhuatl y humanista Miguel León-Portilla, a los 93 años, uno de los hombres más sabios y generosos que han existido en el México contemporáneo, estudioso y defensor comprometido de las culturas originarias de nuestro país, académico insigne, investigador dedicado y persona de bien.

El deceso ocurrió a las 20:45 horas en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, donde permaneció internado los recientes meses cuando en enero fue hospitalizado (primero en un nosocomio particular) debido a problemas respiratorios.

La Secretaría de Cultura federal informó a La Jornada que ya acordó con la viuda del historiador, Ascensión Hernández Triviño, que se rendirá tributo a León-Portilla este jueves 3 de octubre a las 10:00 horas en el Palacio de Bellas Artes, “su casa, que se abrirá para homenajearlo, para recibirlo y para despedirlo”. En tanto, El Colegio Nacional, del que era integrante, anunció que el lunes 7 se honrará al investigador a las 19:00 horas.

Apenas el jueves 12 de septiembre, el historiador recibió la Presea Nezahualcóyotl, que otorga por primera vez la Secretaría de Educación Pública, en su cama de hospital, en presencia de sus familiares. El último gran tlamatini (“hombre sabio”, en náhuatl), como algunos lo denominaban en señal de respeto por su erudición y su caballerosidad, se fue en paz, después de una existencia prolongada y prolija, tanto en lo personal como en lo profesional. “Una vida feliz y completa, con exceso de juventud a cuestas”, según decía de forma reiterada.

A lo mejor vivo 92, a lo mejor cien años

La muerte era un tema que nada le preocupaba en los momentos finales de su existencia, como lo recalcó durante el homenaje que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), su alma máter, le rindió en febrero de 2016 con motivo del cumpleaños 90 del autor de Visión de los vencidos.

‘‘Hace años sí sentía temor por ello, pero hoy día no tengo ninguno. A lo mejor vivo 92, a lo mejor 100 años. El cómo y cuándo moriré no lo sabemos. He trabajado y he ayudado; creo que no he sido muy cabrón. Mi destino, si hay un Dios, no será malo”, afirmó en aquella ocasión.

Miguel León-Portilla nació el 22 de febrero de 1926 en la Ciudad de México. Su vida estuvo marcada por un afán incesante de conocimiento. Testimonio de ello es que leía, hablaba y escribía el español, el inglés, el francés y el náhuatl; leía y hablaba el alemán, el italiano y el portugués, y leía latín y griego.

Otra de sus directrices vitales fue el interés por el rescate y la divulgación del tlalolli o la antigua palabra de los pueblos nahuas, tarea en la que fue continuador directo de la obra iniciada por el padre Ángel María Garibay, su mentor.

En una semblanza que le dedicó la Revista de la Universidad, se le presenta como historiador, lingüista, antropólogo, etnólogo y filósofo, así como mexicano creativo e idealista, incansable estudioso de la lengua náhuatl y su filosofía, maestro que siempre tuvo la convicción de aprender algo nuevo cada día.

Si algo lo caracterizó fue la defensa permanente de las humanidades, de las cuales consideraba que permiten a la persona sobreponerse a su natural fragilidad, edificar imponentes obras, lograr importantes descubrimientos e inventos, crear belleza y tener la capacidad de disfrutarla; incluso, alcanzar las estrellas.

‘‘Si alguien dice para qué sirven las humanidades, yo digo para qué sirve oír a Mozart, hacer palacios, leer una gran novela, ir al teatro; para qué sirve todo lo que es creación humana, toda esa maravilla”, reflexionaba. ‘‘Los seres humanos somos muy frágiles. Me extraña haber llegado a cierta edad, porque los huesos con cualquier trancazo o choquecito se desarman; pero, decía Pascal, somos cañas pensantes; alguien añadió que más que cañas pensantes somos seres que alcanzamos con nuestros pensamientos las estrellas.

‘‘Y yo agrego que aquí adentro, en la cajita de cal (en la cabeza), tenemos kilo y cuarto de carne, y allí está el universo; a mí me pasma eso. Eso es la base de las humanidades”.