“Muy querida viejita: Esta carta va estrictamente de negocios, qué te parece?”. Así es como Taide Olga Flores Rivas (Ciudad de México, 1906-1994), mejor conocida como Olga Tamayo, inició una misiva para la galerista Inés Amor, en diciembre de 1940. Las dos eran amigas, como se puede ver en un par de fotos posando juntas en Teotihuacán, en 1945.
Pero cuando se trataba de negocios, Olga Tamayo no se andaba con sutilezas. Esta carta forma parte de la exhibición “Olga, un retrato dinámico”, en el Museo Tamayo. Se trata de la primera ocasión en la que se profundiza en la figura de Olga, la esposa de Rufino Tamayo, pero también concertista de piano, gestora cultural, corredora de arte y representante (de hecho, en esa misiva, se asume por primera vez como “representante” de Rufino Tamayo).
“Era necesario hacer una exposición dedicada a Olga. Si bien se conocen muchos de los retratos que hizo Tamayo de ella, creo que situarla en su contexto histórico y sociocultural era muy importante. La exposición es un acercamiento y un tanto reconocimiento a su labor como gestora y ‘dealer’”, dice en entrevista Julio César Álvarez, curador de la muestra y encargado del archivo Rufino y Olga Tamayo desde hace diez años.
Exposición
La exposición plantea un recorrido por las distintas etapas de vida de Olga y sus intereses; el recorrido es dinámico con brincos temporales. Se exhiben poco más de 100 piezas, que van desde obras de arte del propio Tamayo y artistas internacionales, así como documentos del archivo del museo y objetos personales de la promotora, que se muestran al público por primera vez.
El investigador, que señala llevó un año trabajar la exhibición, explica que no se ha estudiado a profundidad la vida de Olga Tamayo y la única referencia bibliográfica que de alguna manera aborda su vida es el libro Retrato de familia, que escribió María Elena Bermúdez Flores, sobrina de los Tamayo.
“Lo rico de la exposición es que permite detonar nuevos intereses en la figura de Olga Tamayo. Es una manera de difundir los materiales que tenemos en el acervo y que genere otras investigaciones. No sé si decir que su figura fue reducida, porque siempre fue imponente y estuvo presente, pero creo que este acercamiento permite revalorizarla en su justa posición y en el papel que desempeñó”, agrega Álvarez.
Con fotos familiares y de su infancia, se cuenta que Olga Flores Rivas nació en 1906, en una familia acomodada y disciplinada, pues su padre fue militar en el Porfiriato. Se desarrolló como música, estudió en el Conservatorio Nacional de Música, donde se tituló como concertista de piano. En una de las vitrinas se expone su título universitario y un par de artículos periodísticos en los que se hablan de sus conciertos.
Una vez en matrimonio con el pintor oaxaqueño, Olga asumió el rol de potenciar y organizar la carrera del artista.
“Rufino se mostró indiferente y dejó a Olga que decidiera absolutamente todo lo que quisiera. Olga se sentía muy tranquila y segura de lo que había tratado con el Lic. Yáñez, era ya un hecho. Olga quiere también que la Secretaría de Hacienda le acepte 2 (cuadros) a cuenta de impuestos tan futuros, como lo que le queda de vida... Si aceptan afirmativamente sus condiciones, quiere que sea a la mayor brevedad posible”. Este extracto es de una carta que escribió Carmen Barreda, directora del Museo de Arte Moderno, en 1965 a José Luis Martínez, director del Instituto Nacional de Bellas Artes. El documento es otro ejemplo de la firmeza con la que Tamayo llevó la carrera de su esposo.
En otra vitrina se exhibe su fiel máquina de escribir Remington Junior, junto a la elegante tarjeta de presentación que repartía en eventos y una sencilla libretita —una de tantas que hay en el archivo, dice Álvarez— en la que se lee: “Arnaldo Pomodoro... Regala la Rueda y hace otro para nosotros por 35 mil dólares. Di 15 mil adelantado”.
En una época en la que no había computadoras ni programas como Excel ni bases de datos como Artlogic o Artbase, Tamayo diseñó, con una disciplina casi marcial, su propio sistema de registro —a base de libretas y plumas— de las obras adquiridas para su colección, pero también de las obras de su esposo vendidas y con su propietario y ubicación precisa (en caso de necesitarlas bajo préstamo para una exposición).
A través de cartas y fotos también se muestra la relación de negocios y amistad que tuvo Tamayo con Pierre Levai, propietario de la galería Marlborough. Él fue uno de los contactos de confianza para que los Tamayo formaran su colección con obras de Pablo Picasso, Henry Moore, Willem de Kooning, Herbert Bayer y Joan Miró, que también se exhiben aquí.