Publican libro sobre Teresa Velázquez
Como parte de la presentación del libro habrá una mesa virtual con Luis Martín Lozano, el galerista José Ignacio Aldama, la directora del MAM, Natalia Pollak, y la artista.

Teresa Velázquez es el libro que da cuenta de la trayectoria de una artista mexicana que ha construido una pintura imbricada en el pensamiento. La potencia matérica de su pintura no solo remite a la filosofía, la literatura y la historia del arte sino que proviene de todas ellas.

Teresa ha trazado un camino de búsquedas como protagonista y testigo del arte y la vida de las instituciones culturales de México. Es una voz que advierte del desmantelamiento institucional, la privatización de lo público, el cierre de los museos a la pintura.

El libro reúne su obra, desde los intentos iniciales con la fotografía a comienzos de los 80, hasta pinturas con referencias a Fausto, de Goethe, de 2019. Editado por Ffaauunnaa, escriben en este Luis Martín Lozano (editor), Marina Azahua y Carlos Palacios.

Nacida en la Ciudad de México en 1962, formada con Ignacio Salazar y Gilberto Aceves Navarro, Teresa es Premio de Adquisición en el Encuentro Nacional de Arte Joven del Inbal (1995), y Premio de Adquisición en la Bienal Rufino Tamayo (2004). Su pintura ha llegado a museos públicos y privados, y a colecciones particulares y de museos.

El 8 de septiembre, en el MAM, se va a presentar este libro, respecto al cual ella misma se pronunció en entrevista.

¿Cómo nació este libro?

La idea original fue de Luis Martín Lozano, que es el editor. Él vio las batallas que yo tengo por tratar de exponer mi obra en la Ciudad de México; lo pude hacer durante un tiempo, cuando había una plataforma cultural más fuerte, pero después nos empezaron a poner obstáculos a los pintores para exponer nuestro trabajo.

¿Por qué no se ha visto tu obra y la de otros pintores?

En los 20 años del fin de milenio y los 20 años de éste, el mercado del arte pasó a otras disciplinas: lo alternativo, lo multidisciplinario. La pintura pasó a un plano, incluso, de negación, peyorativo; pintar era tener una postura conservadora, poco reconocida como una investigación. La economía global fue forzando en México al mercado del arte a unos lineamientos donde la pintura no tenía más cabida; por lo menos hasta principios de este milenio, la pintura fue negada; querer tener exposiciones individuales, a nivel de autoría, era visto como una cosa narcisista, innecesaria.

Después de que murieron críticas como Raquel Tibol y Teresa del Conde no surgieron nuevos críticos; está Luis Martín Lozano, algunos escritores como Jaime Moreno Villarreal, pero si queremos hacer un análisis de trayectorias hay que recurrir a registros periodísticos, porque a nivel de crítica fuimos invisibilizados.

¿La causa fue comercial?

Creo que fue sobre todo de mercado y de políticas culturales de mercado; aunque había gente con resultados estéticos innegables, tenía también unos objetivos que hoy vemos hacia dónde iban: una alianza público-privada donde, más bien, se trataba de privatizar lo público y de empezar a coptar con intereses muy claros los museos; por ejemplo, el Tamayo, sacar la pintura de Tamayo de ahí, cambiarle de nombre y hacerlo suyo; fue muy claro. El último bastión que defendimos fue la Bienal Tamayo; la rescatamos cuatro pintores (Pablo Rulfo, Inda Sáenz, Ulises García Ponce de León y yo). No pudimos hacer mucho, hay mucho que hacer por esa bienal; presionamos para que la obra de Rufino Tamayo tuviera mayor espacio y tuvimos apoyo de Rafael Tovar y de Teresa.

La academia también estuvo ausente, la UNAM, el MUAC; ahí tampoco cabíamos los pintores. ¿Dónde estaba el Instituto de Investigaciones Estéticas?, ¿qué análisis ha hecho de nosotros los pintores, de lo aportó ese desarrollo multidisciplinario?

Pintores de una generación anterior también dicen esto, como Irma Palacios…

Todos ellos están desaparecidos. De Juan Manuel de la Rosa, ¿qué libro queda? La pintura pasó a ser de segunda importancia porque había una disciplina más importante: el arte alternativo. Me preocupa esta asociación de lo público-privado que terminó en este proyecto de Gabriel Orozco en Chapultepec; ahora vamos a tener la bodega de arte de Kurimanzutto en el Bosque de Chapultepec y el proyecto de Renzo Piano en el Jardín Botánico. Esto es el crisol, el resultado de una labor que viene desde los 90.

Nosotros somos una generación que creció pensando en el Estado como institución de política cultural, nos educamos en los museos; nos formamos con los resquicios de una plataforma de una política cultural que procuraba ser legítima.

¿En qué momento se perdió esto?

Desde los 90. Para mí era claro; había que ganar el premio Nacional de Arte Joven, era legitimarse, y lo gané (1995), luego había que exponer en los museos importantes; ganar la Bienal Tamayo. Pero nos fueron quitando los peldaños del escalafón, nos negaron los museos. Ahí nos dimos cuenta de que estaban desbaratando la plataforma, de que se trababa era de entrar a un mercado.

Frente a las políticas de este gobierno, ¿hablarías de un desmantelamiento?

Sin duda hay un desmantelamiento, y es resultado de lo que venimos hablando desde los 90: no es que a partir de la 4T se empiece a desmantelar. Ahora lo que vemos es el gran estruendo: “Les quitamos los museos, les vamos a quitar hasta el bosque”. Es una continuidad cada vez más acentuada; como Sebastian en el Salinato, ahora es Orozco en el Lopezobradurismo.

Es muy lamentable porque no hubo un posicionamiento a tiempo de la academia ni del gremio para incidir, no lo hubo, en nuestra generación y, sobre todo, en la generación anterior a nosotros, que obedecía a un formato más cortesano: “hay que hacer contactos”, “darte a conocer con Fulatino”, “no hagas ruido”, “pórtate bien”, “no protestes”.

Era pensar que todo ese vasallaje te iba a llevar al éxito. No había el entendimiento de que había que luchar, organizarse, entender, analizar, hacer diagnósticos. Nadie quería hacer ese trabajo y nadie creía que eso iba a generar alguna posibilidad para el éxito. Creo ahora que estábamos sumamente equivocados, estamos viendo los resultados.

Teresa, siempre buscas otros límites a la pintura…

Merleau-Ponty tiene un libro que se llama El ojo y el espíritu donde dice que la pintura no se acaba nunca. Y en general, el arte es eso, con la creación y recreación se reabre un mundo de posibilidades. Nos llegaron a decir la gracia de que “la pintura ha muerto”, y esa es una gran falacia; la pintura es constituyente de un conocimiento humano, de siempre, innato a la condición humana. No se puede acabar jamás, esa es una gran fortuna.

Luis Martín Lozano y Carlos Palacios destacan que tu pintura está vinculada a lo intelectual y al pensamiento. Es que yo creo que eso es la pintura; para mí, como lo diría Leonardo da Vinci, la pintura es una cosa mental; absolutamente matérica y absolutamente conceptual. La pintura, la que hago y la que veo, sigue siendo mi gran formadora filosófica, es una forma de conocimiento básica, de entender este mundo.

¿Qué te llevó a pintar?

Creo que había algo familiar, mi padre (Héctor Velázquez Velázquez) era arquitecto, era muy buen acuarelista, tenía una capacidad de realismo que desde niña me asombraba; me parecía mágico su poder para traspasar a un papel, tal cual, un convento del siglo XVI. Ahí empezó una fascinación, pero nunca me pasó por la cabeza ser pintora.

Eres una “pintora excéntrica”, escribe Carlos Palacios...

Entiendo a lo que él se refiere. No haber ingresado al mainstream del arte en los términos que se exigía en ese momento para tener cierto éxito entre comillas, nos hace a la mayoría de los pintores de mi generación excéntricos.

En mi caso era claro: nunca iba a sacrificar todo lo que me ha dado la pintura por el dinero. Era una manera de estar en el mundo, y no la iba a cambiar por un fin económico. Pero además, no me puedo quejar: tengo mucho que agradecer al Fonca, fui becaria varias veces Sistema Nacional de Creadores, con Jóvenes Creadores y con Coinversiones; me tuvo a flote mucho tiempo mi coleccionista, y antes de él había ingresado obra mía a otros acervos; y recientemente, hay tres obras en el Museo Kaluz.